Dos episodios producidos en un mismo acto, la posesión de los izquierdistas Gustavo Petro y Francia Márquez como mandatarios de Colombia el pasado 7 de agosto en Bogotá, muestran la profundidad y alcance de la lucha de los pueblos latinoamericanos y caribeños por su independencia y liberación frente a la opresión colonial que imponen los imperios del pasado y los imperialismos del presente.
El primero, la orden dada por el presidente Petro al comandante militar para que la escolta armada transporte la espada libertadora de Simón Bolívar al histórico acto de masas en el que la izquierda, apoyada por los humildes, pobres, trabajadores, negros y campesinos y el pueblo de todo el territorio colombiano, tome el gobierno, controlado por siglos por los partidos de la élite oligárquica. Este hecho enfrentó la decisión de Iván Duque, el presidente saliente y representante de los grupos sometidos a las decisiones de los Estados Unidos, quien se negó a instruir que el arma poderosa del Libertador acompañara el acto histórico, mostrando así su faceta de cipayo.
El segundo, la actitud desafiante, soberbia y atrevida del monarca Felipe VI del Reino de España, quien se mantuvo inmóvil y sentado en el momento en que la espada libertadora pasaba frente a todos los invitados internacionales, los que en su totalidad rindieron homenaje al símbolo de las luchas de la independencia de América y el Caribe durante el siglo XIX. Felipe VI es hijo de Juan Carlos II, a quien se le comprobaron bullados y millonarios casos de corrupción dentro y fuera de España, el mismo que tuvo un enfrentamiento verbal con el comandante bolivariano Hugo Chávez en una cumbre iberoamericana en Santiago de Chile en noviembre de 2007.
Al igual que el comandante Chávez, el presidente Petro valora superlativamente la espada del Libertador Simón Bolívar, porque representa la lucha y triunfo de los pueblos por su liberación e independencia del yugo secular de España y la derrota de los ejércitos realistas en las batallas en Cúcuta, Taguanes, Araure, Boyacá, Carabobo y Junín, como en Pichincha y Ayacucho, las que encabezó Antonio José de Sucre. En este contexto, se recuerdan también las campañas del otro grande de América, el Libertador José de San Martín, triunfador en Chacabuco, San Lorenzo, Cancha Rayada y Maipú. Hace pocas semanas, el 26 de julio, se conmemoró el segundo centenario del encuentro de Bolívar y San Martin en Guayaquil, donde ambos evaluaron los resultados y perspectivas de la guerra de la Independencia.
La espada de Simón Bolívar fue el arma guiada por su genio estratégico y geopolítico para conseguir la liberación de los pueblos y proyectar la unidad e integración de América Latina y el Caribe en el siglo XIX, la misma que no pudo realizarse por la conspiración de las oligarquías locales, herederas del orden colonial y de los imperialismos inglés, estadounidense, francés y español. En la hora presente, luego de la experiencia de los proyectos de integración bolivariana de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA), la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), impulsados por los comandantes Hugo Chávez y Fidel Castro a principios del siglo XXI, nuevamente están en ascenso los procesos políticos nacionales y populares que se orientan hacia la unidad de la Patria Grande.
La Celac, con la participación de todos los países de América Latina y el Caribe sin excepción, ha comenzado a dar nuevos pasos bajo el impulso de los gobiernos de izquierda, nacionalistas, progresistas y antiimperialistas, para poner a América Latina y el Caribe unida en marcha y posicionarse en el mundo de la multipolaridad.
La espada de liberación latinoamericana y caribeña
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