Sobre la festividad de la Santísima Trinidad del Señor Jesús del Gran Poder se ha escrito bastante y, como corresponde a un fenómeno social poliédrico, desde muchos ángulos. En mi caso, experimento la entrada desde los años 70 llevado por una pasión oculta: la fotografía. En todo ese tiempo (y casi siempre en la avenida Illampu), la entrada me provoca reflexiones cuando contemplo, absorto y embelesado, la más grande expresión cultural y artística de los Andes. Me permito expresar tres de ellas. En primer lugar, Gran Poder es un espacio transgresor y provocador. Sin posturas ideológico- políticas y con las armas propias del arte, la festividad quebranta lo establecido con insospechadas manifestaciones. Por ejemplo: el reverendo beso de Barbarella al dictador Banzer. El travesti plantó un ósculo al mismísimo representante de la regresión social y política, y del exacerbado machismo castrense de entonces (confundían el pelo largo con sedición y mariconadas). Este año la entrada subvirtió lo establecido exhibiendo tres fisiculturistas con diminutos taparrabos y exudando testosterona en la fraternidad más sosa de todas: Los Incas. Los hercúleos “incas” (que pronto se casan para desilusión de su fanaticada) provocaron airadas reacciones entre los homofóbicos de hoy y los puristas defensores de la sacrosanta iconografía del pasado indígena. Provocación pura y dura. Gran Poder es una fiesta desproporcionada para una pequeña ciudad. ¿Cómo es posible semejante despliegue, artístico y cultural, en una ciudad que apenas rasca el millón de habitantes? ¿Cómo puede una pequeña sociedad urbana generar y aglutinar tanta diversidad en danzas, vestimentas, coreografías y música? El carnaval carioca es casi uni-expresivo (samba) y es de una metrópolis de siete millones de habitantes. Aquí, en una ciudad de escasas dimensiones, se reúne la Fiesta Mayor de los Andes para despertar envidia e inspiración en los países vecinos. Gran Poder es una muestra de grupos sociales disciplinados y organizados con un solo objetivo: la expresión cultural y artística. Sigo preguntando: ¿cómo una ciudad colmada de luchas intestinas puede organizarse para expresar, con alegría y confraternidad, su arte? ¿Cómo una pequeña sociedad empobrecida por interminables luchas políticas puede unirse militantemente alrededor de la cultura? Quizá Gran Poder es la evidencia visible de un ethos que en sus profundidades conserva atavismos festivos que nos mantienen unidos por encima de prácticas políticas heredadas (un conjunto de creencias e ideologías de odio). Por ello, creo que la festividad de Gran Poder une lo que nuestra mente colonizada divide. Carlos Villagómez es arquitecto.
Sobre el Gran Poder
El Gran Poder es un espacio transgresor y provocador. Sin posturas ideológico- políticas y con las armas propias del arte.
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