La guerra de Ucrania se ha convertido en la muestra más clara de las tendencias mundiales respecto al (des) orden internacional que a lo largo de estas primeras dos décadas del siglo XXI está marcado por acontecimientos cada vez más extremos de la geopolítica y posicionamiento de las potencias capitalistas en declinación y de las emergentes luego de la debacle de la Unión Soviética en los años 90.
Estados Unidos, que había conseguido dar un salto extraordinario como potencia mundial con la globalización, el neoliberalismo y la unipolaridad, ha sufrido sendos retrocesos en los últimos años tanto por la derrotas políticas y estratégicas en Oriente Medio (Irak, Siria, Irán y Afganistán) y en Extremo Oriente (Corea del Norte), como por el ascenso comercial y económico de China y el militar y energético de Rusia; situación que se traduce en una tendencia histórica hacia la multipolaridad.
Sin embargo, la guerra de Ucrania ha abierto nuevas perspectivas de fortalecimiento de Estados Unidos en el orbe, porque ha conseguido fortalecer la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y ser su conductor, poner bajo su mando a la Unión Europea (UE) y a los países más importantes del viejo continente, tener de marioneta al Reino Unido de Gran Bretaña y asegurado un resultado favorable en el conflicto en la región de Europa del Este.
Primero provocó la reacción militar de Rusia con el golpe de 2013 contra el gobierno establecido electoralmente, impuso un gobierno bajo su control, atacó militarmente la región de Donbass (frontera con Rusia) con miles de víctimas, dio carta blanca a las brigadas nazi-fascistas de Azov, rompió los acuerdos de limitar el ingreso a la OTAN a los países limítrofes de Rusia y estableció laboratorios de armas biológicas con inversiones millonarias, e incluso, finalmente, impuso a Vladimir Zelenski como presidente. Rusia frenó este avance con la recuperación de territorios con población mayoritariamente prorrusa en Crimea en 2014 y reconoció a las Repúblicas Populares de Donetsk y Lugansk en 2022.
Si bien la guerra de Ucrania permite advertir un triunfo de la operación militar ordenada por Vladímir Putin, generando una zona de amortiguación en su frontera occidental, Estados Unidos tendrá resultados mucho más ventajosos con el control de países fronterizos de Rusia en el Mar Báltico, como Letonia, Lituania, Estonia y Finlandia, y sobre todo un control total de lo que quede de Ucrania, territorio que prácticamente quedará bajo el dominio de Washington y de la estrategia del Pentágono.
Todo este panorama ratifica las tesis de Raymond Aaron y Marcelo Gullo, dos estudiosos de las relaciones internacionales, que sostienen que la diplomacia es solamente una máscara que encubre la realidad de las ambiciones de las potencias por desarrollar sus estrategias geopolíticas para invadir, expandirse geográfica y económicamente y controlar de manera definitiva las zonas más importantes del planeta. Estados Unidos, la potencia imperialista en declinación, está demostrando de manera evidente esta realidad.
Lo indudable es que la historia no ha terminado y el discurso estadounidense del "fin de la Historia" ha resultado un fiasco y que las tensiones, guerras y enfrentamientos internacionales continuarán ahí, en Europa del Este, y en otras regiones del planeta.
Ucrania en el nuevo (des) orden mundial
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