Del orgullo a la vergüenza


Del orgullo a la vergüenza, es el tránsito cínico de las derechas en nuestro país. El tiempo político de los golpes militares exacerbaba los sentimientos nacionalistas y anticomunistas como ícono de su identidad temporal en el poder estatal, porque no solo administraban el gobierno sino que controlaban el poder estatal asentado en la trilogía: militar- represiva, empresarial y política.

Las figuras y beneficiarios del poder manifestaban públicamente el orgullo de ser asesinos, represivos, autoritarios, antidemocráticos, porque era lo que el "pueblo necesitaba" según su ideal dictatorial.

Los dictadores fueron derrotados por una histórica huelga de hambre que recuperó la democracia, liderada por cuatro mujeres mineras. Los orgullosos de la dictadura sintieron vergüenza de su pasado y se convirtieron en abanderados de la democracia.

El sistema político empezó a funcionar sobre la base de partidos políticos, disputaban la alternancia del poder político no como decisión soberana del pueblo, sino como delegación parlamentaria, es decir eran minorías electorales, empezaron a acuñar la frase "pactos" como principio de la democracia.

Los pactos como sinónimo de distribución y beneficio del poder: cuántos parlamentarios tienes, cuánto poder dispones, el pueblo era solo usuario electoral, porque no elegía a sus gobernantes, solo acudía democráticamente para validar a la minoría electoral de turno que administre el poder.

A través de la privatización y la capitalización vendieron el patrimonio del pueblo, era el orgullo de la modernidad; Bolivia entró a la era de la globalización, los políticos de moda pregonaban a los cuatro vientos el orgullo de estar acordes a los vientos de la modernidad globalizadora. El gonismo, ícono de ese tiempo.

El pueblo se rebeló, fue asesinado en Amayapampa, en El Alto, en el Trópico, su lucha permitió la recuperación de la Patria a través de la expulsión del gonismo, el triunfo democrático de lo nacional popular y la nacionalización. Los actores del teatro neoliberal se apresuraron a cambiar de libreto, desahuciaron a su ícono de la modernidad y de la represión, Goni y el Zorro Sánchez Berzaín eran malas palabras, el orgullo de ayer era su vergüenza del presente.

Dejaron de verse en el espejo para no sentir vergüenza propia, empezaron a escribir su nueva narrativa renovada, botaron al tacho del olvido sus siglas partidarias que les dio vida pública, porque eran lastre que enlodaban sus banderas electorales. Exigen sin ruborizarse extradición de los genocidas, cuestionan la lentitud del gobierno popular sin mencionar al imperio que los protege.

Inventaron la narrativa del fraude, impulsaron el voto útil a favor de Mesa, proclamaron eufóricos una segunda vuelta, se sentían orgullosos de su momento épico envuelto en violencia racial y política. Mesa era el líder, pero lo desecharon al tercer día e impulsaron la anulación de las elecciones y el golpe de Estado; en las nuevas elecciones lo dejaron en la orfandad, ya no era el líder que unía su orgullo sino era el candidato del Twitter, se volvió la vergüenza.

El día del golpe, las nuevas élites se sentían orgullosas de levantar la Biblia, quemar la wiphala, hacían fila para sacarse una selfi con Jeanine, competían en cuentas sociales para felicitar a la nueva "valiente y constitucional Presidenta", exigían la aprehensión de las exautoridades políticas, dirigentes sociales y del Instrumento, callaban desde el púlpito celestial sobre las masacres; Camacho y Pumari, los macho alfa del momento, exhibían con arrogancia su identidad pitita. Hasta escribieron un libro, La revolución de las pititas, todas y todos coincidían que era políticamente correcto, el orgullo de ser el vencedor del indio.

Entre aplausos y vítores juró el nuevo gabinete, se estrenó firmando el decreto supremo que ordenó la represión y les dio impunidad a militares por las masacres, asesinatos, detenciones ilegales, torturas, pero apenas hubo el cambio de luna se descubrió el abuso de los bienes estatales, corrupción, negligencia, catastrófica gestión pública; los oficialistas de noviembre se volvieron en los detractores del gobierno de facto, incluso se apresuraban a repetir que nunca fueron parte de éste, querían enterrar su vergüenza.

El tiempo de sentir orgullo o vergüenza es solo temporalidades finitas de las derechas, han normalizado en su cotidianidad pública esta forma de manifestación política, porque no representan horizonte de pueblo, sino posibilidad de poder fáctico sin importar el método, sea democracia o dictadura; para cada momento inventan su narrativa como razón del tiempo en el poder.

Su orgullo y vergüenza es el mismo rostro con diferente semblante.

César Navarro Miranda es exministro, escritor con el corazón y la cabeza en la izquierda.