(Multi)polarizados


Es ya un lugar común admitir que vivimos en un mundo multipolar, es decir, en un sistema internacional complejo con más de dos focos de concentración del poder, o si se quiere, la desconcentración de los clásicos superpoderes en diversas otras potencias. Por esta característica, Stanley Hoffmann habla de un multicentrismo en el que se ejerce poder en alguna de las áreas militar, económico-financiera, demográfica o política. Dada esta configuración, desde un punto de vista se suele afirmar que supone el fin de la teoría de la dependencia; otras visiones dicen que la desconcentra y fragmenta en múltiples dependencias. ¿Ustedes qué opinan?... tema para seguir debatiendo.
La multipolaridad que vivimos tiene sus particularidades porque ocurre en un contexto de globalización. Y, del mismo modo que ésta genera en el otro lado de su condición desterritorializada y desmaterializada, espacios de glocalización que relievan el actuar local en un mundo global, la multipolaridad genera heterogeneidad, puesto que ya no se circunscribe sólo al poder de determinados Estados, sino también al de organismos multilaterales, diseñando un esquema combinado de hegemonía y expansión con interdependencia compleja. La otra particularidad de este esquema planetario global-multipolar viene a ser su contradictorio dinamismo polarizado, cuando no esquizofrénicamente bipolar.
Es en este contexto que la polarización se estructura como un fenómeno político de opuestos irreconciliables, un hecho social con mayores brechas excluyentes, una realidad étnica de intolerancias intolerantes, y una segmentación territorial (re)particionista inexplicable. Su presencia constituye una paradoja y un elemento discordante con el multipolarismo que, en tanto superación del bipolarismo característico de la guerra fría, se afirma que podría contribuir a incrementar la estabilidad mundial y promover la paz, dado el equilibrio complejo que otorga el proceso de desconcentración del poder en varios polos más o menos equivalentes. Esta es la teoría que la polarización se encarga de desbaratar.
En su sentido político, la polarización ocurre cuando la población, y las organizaciones políticas, se reparten entre posiciones opuestas sin la existencia de un punto medio o un lugar de encuentro entre opiniones (des)encontradas. En ausencia de diálogo y por el desconocimiento de cada parte en relación al valor de la otra, esta relación de oposición tiende a hacerse irreconciliable, en un escenario proclive a derivar en situaciones confrontativas como acción permanente y enfrentamientos con violencia como acciones cada vez más frecuentes.
En estos procesos irreconciliables se van legitimando los campos opuestos como naturalmente distanciados, con estructuras de organización y de justificación existencial cada vez más encerradas en sí mismas legitimándose como distintos y contrarios a los otros. Es decir, que su cotidianeidad y su razón de existencia parecen justificarse en su capacidad de oposición. En estos contextos no extraña que los consensos, cada vez más distantes son las excepciones a la regla, y que cuando suceden son como bocanadas de aire refrescante que se los valora, pero no se los asume por temor a abrirse al encuentro que reconcilia.
Con acierto, Giovanni Sartori afirma que "tenemos polarización cuando tenemos distancia ideológica", lo que implica separación en un sistema donde las fuerzas centrífugas, incompatibles y de distanciamiento ideológico, se imponen a las centrípetas o de coincidencias. Por esto es importante aclarar que la polarización no es la expresión constructiva de los procesos de confrontación ideológica, tan necesarios en la constitución de las democracias. Por el contrario, la polarización es la distorsión del debate argumentado y del encuentro, en la medida que naturaliza en las lecturas de la realidad, en las opiniones, en las orientaciones, en las narrativas y en los proyectos de sociedad, no-valores como el rencor, la diferencia, la discriminación y, cuando no, el odio.
Pero la polarización no es sólo resultado de la separación de fuerzas en dos polos opuestos y divergentes, sino también del debilitamiento o desaparición de los espacios de encuentro, lo que deteriora a su vez la posibilidad de convergencias, consensos, reencuentros o reconciliaciones. Esta característica, que suele ser rápidamente descalificada como carente de compromiso, no tiene necesariamente esa connotación, sino por el contrario, contiene el valor de la sabiduría y de la valentía para generar espacios de diálogo, de entendimiento, de articulaciones y de integración en función de objetivos mayores, que trascienden los autoensimismados en los polos. Valores como el bien común, la patria, el Estado plurinacional, el Vivir Bien, la identidad, o el desarrollo sostenible, tienen el sentido de los futuros compartidos como condición para presentes con esperanza.
Entre otros efectos perversos de la polarización está, cuando no la parálisis, la postergación de políticas nacionales, regionales o locales, contribuyendo así a situaciones de ingobernabilidad, que tiene una difusión expansiva cargada de prejuicios sociales como la desconfianza, la separación y la intolerancia, convirtiéndose las sociedades en escenario de cotidiana convivencia confrontativa, sin lazos de unidad ni acuerdos de cohesión social como si fuéramos sociedades de enemigos.
No podemos dejar de mencionar el rol que cumplen los sistemas de comunicación. La posverdad, los fakenews, la banalización de la vida, la búsqueda implacable del rating con primicia, la sobreposición del entretenimiento al razonamiento, la naturalización de la violencia y la divinización del individuo por sobre la comunidad, son contribuyentes directos de la polarización que reafirma identidades de hostilidad hacia los otros.
Así no puede seguir autodestruyéndose el mundo. Así no podemos seguir destruyendo nuestras sociedades. Tenemos que proponernos cambiar. ¿Cuándo?, ¡ahora es cuándo!


Adalid Contreras Baspiñeiro Es comunicólogo y sociólogo