Recuerdos de Juventud


"... otra mañana muy temprano, con un té por desayuno tengo la certeza de que éste también será un día más; como el de ayer, como el de la semana pasada...
Cobijado reiteradamente por los recuerdos, pienso en el colegio, en los profesores y mis "cartas azules"; temidos avisos de bajo rendimiento académico que reflejaban mi poco interés por los estudios. En algunos educadores que buscaban inculcarnos conocimientos, innovadoras ideas y propuestas. Pedagogos en música, en dibujo, en geografía, en literatura y ciencias, en la enseñanza del alemán. Y en otros varios, menos buenos, obsesionados por la disciplina, encasillados por rígidas visiones y conceptos, limitados en su entrega.
Divagando, vuelo con la memoria.
Pienso en los juegos que de niños y aun de jóvenes nos distraían: las "tapitas" o equipos de fútbol que hacíamos afanosos; buscando en periódicos fotografías de los jugadores para pegarlas, con su nombre y número; el capitán con su cintillo, a los papeles lustre de colores, semejando las camisetas del equipo. Figuras que, envueltas en corchos con papel celofán, introducíamos en las tapa coronas de gaseosas. Los arqueros, con doble corcho o moneda, con corona achatada, para parados, detener los disparos del rival. Once jugadores, algunos suplentes. La variedad de equipos nacionales, pero también de cualquier parte del mundo. Selecciones de los mundiales: el Brasil de Suecia del 58, con Gilmar de arquero, Dajalma Santos, Didí, Vavá, Garrincha y Pelé; luciendo todos su impecable uniforme verde-amarelho. O Suiza, con sus camisolas rojas y cruz blanca incluida; y, algunos impronunciables apellidos. Tan complicados como los de la selección rusa; con Yashin, la "araña negra", como portero y sus camisetas rojas con las iniciales de CCCP, "Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas" que, por razones de práctico entendimiento futbolístico e idiomático, para nosotros que nada sabemos del ruso, significaban más bien un descifrable: "Camaradas Cuidado Con Pelé". Un reloj como marcador, una frazada como césped pintada; delineada como cancha, con sus límites, sus áreas chicas, las grandes, los puntos de penal, las medias lunas, el círculo central, los tiros de esquina. Colocada sobre el piso, con arcos de madera pintados de blanco con malla tesada por detrás. La pelota, de goma de borrar o miga húmeda de pan, redondeada a dos dedos. Todo a perfecta escala, ¡infraestructura plena! Y los campeonatos, el fixture. Los partidos, los goles, las atajadas, los fouls, los corners, algunos chanfles ejecutados brillantemente; relatados a voz en cuello. La destreza de mis hermanos; la habilidad de Humberto en los tiros libres quien, con preciso golpe de pulgar, elevaba el balón por encima de la barrera para clavar la pelota en las redes. La impotencia de Arnaldo. La polémica, las interpretaciones, los empeños en ganar o, al menos, en no perder y, en consecuencia, uno que otro encuentro suspendido por abandono, interrumpido por razones de fuerza mayor. El fair play, pa'l carajo... ¡Qué recuerdos!
Había un tiempo para cada entretenimiento.
Visualizar aquellos voladores de papel seda, de colores intercalados, pegados con engrudo; diseñados con cabezas cuadradas, con cuerpos de largas y delgadas colas y flequillo en los extremos. Amarrar el hilo y hacerlo volar y elevarse a las alturas en el cerro del Calvario, desafiando ventarrones y ráfagas de viento en días invernales, de límpido cielo celeste. Días de agosto de pleno sol; días ventosos para travesear.
Y el trompo de madera, el carcancho , con su punta de clavo afilada. La pericia de liarlo con el cordel para soltarlo con la fuerza y dirección exactas hasta que en el suelo baile, cante y silbe. Y la maña para, de un corto y efectivo movimiento de dedos, subirlo a la mano para arrojarlo contra el del rival que en el piso gira desprevenido. La destreza de mi padre para lanzarlo y, antes de tocar suelo, de un jalón del cordel hacer que paradito, "sedita", el trompo baile en la palma de su mano.
Ni hablar de las canicas, bolitas de vidrio de todo tamaño y color. Cachinas , algunas atrevidamente llamativas. Otras de hueso, las más buscadas. Ti'qchárlas , con la destreza que sólo el tiempo y la práctica otorgan, para que choquen con la del contrario; a una sola o a dos, con puntería.
Las chocas, las macizas y pesadas con argollas metálicas, con puntas de lápices para embocar, con inconfundible sonido. Y los estilos: "a lo hombre", "a lo mujer". Y uno y dos y tres emboques, vuelta, revuelta y... la maestría de Piru, mi hermana mayor, quien encajaba, infaliblemente, una y otra vez, ganando al más pintado de los rivales; agotando, por aburrimiento, a cualquier contrincante.
El juego más sofisticado, pero no por eso menos divertido, del Yo-yo. Los de Coca Cola, los Russell "profesional", los mejores. El aprender a envolverlos, con su pita entrelazada, para deslizarlos hacia abajo; el hacerlos dormir para lograr "el columpio", "la vuelta al mundo", "la bicicleta" o "el perrito".
Para las mujeres, por un tiempo de moda, para sacar figura, cintura y buenos t'usus , el Ula-ula. Aros plásticos que se deslizaban por el cuerpo en rápidos giros, subiendo y bajando del cuello a las caderas y... a los tobillos en vaivén de tronco, brazos, piernas y cabeza. Ejercicio que requería de práctica y técnica y que, en las ejecutantes más hábiles, sólo unas pocas, parecía no demandar esfuerzo.
Los juegos de mesa. El Monopolio, con la compra de terrenos, casas, hoteles o ferrocarriles. Arrojar los dados; el avanzar, el azar: bueno, malo. ¡La cárcel! Los negocios, las juntuchas , los cobros. Tanto dinero ganado, pagado, perdido en segundos. Jugar por horas. Nuestro empeño en monopolizar propiedades o barrios enteros para a los contrincantes, como despiadados capitalistas, hacerlos quebrar.
Las cartas. "El Rummy" o la "Canasta de Canastas" y sus terremotos, las escalas de punta a punta, el comodín y los premios; los tres negros de tapa y el pozo acumulado, las idas, las sorpresivas bajadas. El "Telefunken" y la "Loba" y, de vez en cuando, alguno de nosotros hecho el sordo, apartado del resto, con sus cartas tendidas, serio, probando fortuna con el "Solitario".
Coleccionar cromos o figuritas en álbumes, de tiempo en tiempo de moda. Se comercializaban copando el interés de todos. "Bandera, escudo, mapa geográfico y moneda", uno de los mejores, de los más logrados y educativos. "Indios y tribus de Norteamérica", imaginativamente presentado. Y, el de las "Siete maravillas del mundo antiguo": el Coloso de Rodas, los Jardines Colgantes de Babilonia, la Gran Muralla China, las Pirámides... O, el de "Artistas de cine y famosos cantores". Tantas y tan variadas propuestas coleccionables ofrecidas por las librerías Dismo y Tejerina. Conseguir las figuritas claves, las difíciles, para intercambiarlas por otras, en ocasiones por muchas. Y con cuidado pegarlas, avanzando de a poco, para finalizar con el álbum pesado de tan lleno; y aspirar, quizá, a obtener algún premio de los ofrecidos..."