Recuerdos de Alasita


dejando volar mis recuerdos, rememoro la feria itinerante de Alasitas , la última semana de enero; única, nuestra, tan paceña. Allí en la plaza de San Pedro o en la avenida Montes, en la Perú, en la del Ejército, o en la antigua Aduana Nacional. Variedad de artesanía producida en miniatura por manos bolivianas que, con creatividad, presentan año tras año renovados trabajos. En esas semanas feriales, caracterizadas por la lluvia del verano y las vacaciones escolares de fin de año, la frecuentábamos para comprar algo. Cochecitos de hojalata, soldaditos de plomo con sus casacas rojas o materiales de construcción: bolsas de cemento, ladrillos y tejas o calaminas junto a palas, picotas y carretillas. Algunos abarrotes liliputienses, perfectamente imitados. Además, dinero: pesos bolivianos y ¡claro! sobre todo los fajos de dólares. Por un peso: dos o tres mil dólares; en previsión de una devaluación monetaria que disparase los precios por las nubes, dejándonos en la calle de la noche a la mañana. Y en cada Alasita, para empezar bien el año, adquirir sin falta una alcancía, con la idea en mente, como encomiable propósito de: "este año sí ahorrar; al menos, hasta diciembre, hasta la navidad... quizá algo antes, por lo menos unos meses, hasta el 24 de octubre, mi cumpleaños." Intención que, por una u otra razón, se hacía difícil de cumplir; por lo que rompía con antelación el chancho de estuco, regordete y panzón. Los primeros cigarrillos fumados fueron de alasitas; también, los juegos por dinero: la Lota... "soliito el nueve", o la "Chica o la grande", o la Suerte sin blanca, en la ilusión de ganar premios ofrecidos como gancho, obteniendo, sólo, algún animalito de yeso o un anillo de latón; ¡claro!, por un pesito, ¿se podía aspirar a algo más? Y los sopletes de caña hueca que, con arvejas secas como munición, servían para moretear los t'usus o pantorrillas de desprevenidas colegialas. Junto a primos y amigos la recorríamos, hualaycheando y curioseando; sin tener en cuenta, que "alasita" en aimara significa "cómprame, pues". Era poco lo comprado y mucho lo regateado: "por dos pesos, dame, pues, tres; ¡rebajá pues, casera!; muy caro está. ¡No seas tan así!" Poco lo comprado, pero mucho lo gozado. Entre las adquisiciones: pasteles o confites potosinos; los diminutos con coco, los grandes con su trozo de almendra o nuez, en algún caso de orejón. Y el 24, a las doce del mediodía, al inaugurarse la exposición, ¿cómo no?, el infaltable aguacero. Como manda la tradición, la ch'alla , la ancestral koachada , con fe adquiriendo miniaturas para tenerlas "de verdad" en el futuro. Para que el Ekeko, Dios de la abundancia, convierta los buenos augurios y deseos en realidad; en la espera de un año sin vicisitudes económicas. Un año, de ser posible, holgado; ¡ojalá!, de relativo acomodo... ¿Será?..."