Va a llegar el día en el que los saberes de nuestros pueblos del Abya Yala sean reconocidos como aportes científicos, aunque hayan sido desterrados a un exilio del que cuando asoman, algunas miradas arrogantes las consideran todavía como rarezas sociales, pachamamismos, o desvaríos intelectuales. En paralelo, cada vez más corrientes académicas se atreven a apropiarse de cosmovisiones y conceptos labrados en la construcción de las culturas comunitarias de nuestro continente, para convertirlos en referentes etimológicos que profundizan las comprensiones de las sociedades.
Uno de estos conceptos que está reclamando legitimidad para la explicación del ser y de la realidad articulada a la existencia, es el Jaqin parlaña, del aymara jaqi o persona y parlaña que quiere decir hablar, de modo que su significado ontológico es hablar como hablan las personas, individuales o colectivas. Se entiende también como saber comunicarse con apelaciones al nosotros y nuestras hablas poniendo en común nuestras vidas hechas y por hacerse en encuentros, con sentimiento y pensamiento, personalizándonos, reconociéndonos, perteneciéndonos.
El jaqin parlaña, que le asigna sentido a la palabra como un derecho y al receptor como un sujeto social productor de mensajes y no como un mero decodificador, sigue cuatro principios tan sencillos como el mismo concepto que adquiere la connotación de saber comunicarse desde la gente, desde abajo, o desde los bordes, sin exclusiones: escuchar para hablar; saber de lo que se habla; refrendar las palabras con los actos; y saber esperanzar.
Poner en valor estos sentidos de la vida en tiempos de polarización, impone la tarea de recuperar compartires comunicacionales dañados por las corrientes informacionales que marcaron una división entre quien emite y quien escucha, consagrando el poder del emisor por sobre el receptor, con el soporte instrumental de medios que erróneamente quieren convertir al flujo unidireccional de la difusión en sinónimo de comunicación. De esta manera, la comunicación y su sentido original de dialogar, intercambiar e interactuar son ubicadas en el campo de las rarezas y, junto con ella, las voces múltiples quedan ancladas en el polo de los meros receptores, en un mundo donde los poderes y no poderes se disputan la ambición imposible de la palabra única.
El primer principio es saber escuchar o escuchar para hablar. Es acaso la primera enseñanza de los estudios de comunicación, pero paradójicamente es, al mismo tiempo, su primer olvido. Es sin duda la primera dimensión del ejercicio cotidiano de la comunicación, pero también constituye el primer desprendimiento que hacen las prácticas narcisistas por las que sólo nos escuchamos a nosotros mismos. Escuchar tiene el significado del Japysaka guaraní que sugiere ver con los oídos o escuchar con los cinco sentidos y, especialmente, con el corazón combinado con la razón, intersubjetivamente, en un proceso de conjugación de los sentipensamientos.
El segundo principio: saber de lo que se habla, apela a las mediaciones de los sujetos con sus entornos sociales y naturales, para que hablen las sociedades y también la naturaleza. Esto, en términos de Habermas equivale a la acción comunicativa, o sea la capacidad de expresarse con argumentos, gracias a un lenguaje construido dialógicamente, para entenderse. Pareciera una verdad de Perogrullo, pero en nuestros tiempos ganados por el espectáculo, mucho se habla por hablar, o por confrontar, o por imponer, o por descalificar, o por marear la perdiz. ¿Cómo nos vamos a entender si no nos escuchamos, si no proponemos y no siempre argumentamos lo que decimos? Es necesario recuperar la frónesis, o sea el acto de hablar con sentido, cuidando el contenido y también la forma de expresarse.
El tercer principio devuelve la comunicación a la práctica social, o sea a las relaciones donde se labran y se intercambian experiencias, no siempre de manera convergente, sino con debates, puntos de vista y aspiraciones encontradas que, si se quiere seguir el camino de la convivencia, con dinámicas de alteridad, tienen que saber encontrar puntos y espacios de acuerdos. En este cometido es de vital importancia lo que plantea el jaqin parlaña: pregonar con el ejemplo o refrendar las palabras con los actos, para que las palabras no se las lleve el viento, sino que contribuyan, igual que las acciones, al hecho humano de saber compartir.
Finalmente, el cuarto principio dice saber esperanzar, que tiene la doble connotación de saber soñar, es decir tener utopías de equidad y, al mismo tiempo, saber entusiasmar con esas dinámicas transformadoras, para construir colectivamente futuros de sociedades dialogantes.
¿Se imaginan cómo funcionarían nuestras sociedades si la dinámica de las acciones de comunicación se basara en actos dialogales e inclusivos para entendernos, a sabiendas que los encuentros ocurren entre seres con identidad, con historia, con capacidad de decir, pensar, hacer porque no son objetos sino sujetos constructores de vida? Ciertamente que para ello precisamos plantearnos interrogantes desde otros lugares y paradigmas, redireccionando las ópticas del quehacer democrático. Jaqin parlaña.
Adalid Contreras Baspineiro es sociologo y comunicologo
La Paz, 19 de noviembre de 2021
Jaqin parlaña
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