Antes del amanecer


No sé si fue influencia de mi adicción al cine cuando vi El caballero de la noche (2008), una buena versión de Batman, o porque soy un insómnico que se despierta antes de las 05.00 y café con leche en mano, observo el cielo y disfruto del final de la noche, teniendo la sensación de que es más oscura antes del amanecer.

Conocí a Samuel Huntington en Choque de civilizaciones a finales de los 90 del siglo pasado, en un frustrado e inconcluso doctorado de epistemología que dirigía mi amigo Chato Prada. El autor aludido vislumbraba ya la reconfiguración mundial del poder y, como tal, el inicio de un caótico proceso de transición.

En una conversación con Dorian Zapata hace ocho años, me lo recordó recientemente, sostuve que vivíamos una etapa de profunda oscuridad y que nuestra esperanza era que sea la del antes del amanecer, con todo lo que significa un nuevo día.

Vivimos esta etapa de oscurantismo que se agudizó con la anteposición ideológica —usualmente mal entendida— , la creencia —producto de la desinformación—, frente a los otros—que son invisibilizados—, a la vida —buscando la eliminación de ella—, a la realidad —pretendiendo imponer la suya—. La intolerancia y el pensamiento único priman (la cultura del pupu, como la llama mi amigo e investigador Raúl Condarco Zenteno).

Esa imagen de profundización de la oscuridad se ha tornado terrorífica. La pandemia —endemia para muchos— agudizó exponencialmente esta percepción. Y, obviamente, la esperanza del nuevo día emerge, no con ingenuidad de que será automáticamente.

Y se inician las proyecciones de esperanza en ese nuevo amanecer, como la que plantea el papa Francisco en relación a superar los nacionalismos que nos confrontan. Esta realidad y esperanza nos lleva a reconfigurar el objeto de estudio de la criminología desde y para nuestra indo-hispano-afro-américa, superando lo acontecido y proyectando al nuevo día.

Hace 32 años que planteamos que debemos desideologizar para poder construir. Hace más de ese tiempo que mi maestra Lolita Aniyar de Castro me movió el piso frente a la categoría de revolución: ¿Y qué hacemos con los escombros?, me decía. Los "escombros" son verdades, en menor o mayor grado, y raya en lo ético y humano descartarlos por ser "de los otros". Es ya suficiente el tiempo que se ha caminado en el paso de la individualidad hacia el ser social; y, con importantes aportes desde este lado del mundo, como el amparo constitucional de finales del siglo XIX y el constitucionalismo social de inicios del siglo XX, desde México.

Y será en esta aun oscuridad que debiéramos reconducir nuestras interrogantes, buscando los nuevos objetos de estudios, con mayor razón en esta indo-hispano-afroamérica fallida —desde la perspectiva de la rancia visión eurocéntrica—, en la perspectiva republicana y democrática, en mayores o menores grados.

Desde nuestras realidades, donde el viejo concepto de Luis XIV de "soy el Estado" se ha suplido con el ropaje republicano y democrático, debiéramos preguntarnos: ¿de dónde se produce? ¿El poder, su naturaleza es despótica? ¿La naturaleza humana lo es? ¿O la naturaleza, la vida? Obviamente, sin tener la pretensión de que son inéditas. En criminología y su traducción del derecho penal aún persisten fuertemente esos resabios de Luis XIV que retienen para quienes son inquilinos del poder, la calidad de soberano, secuestrando a los que la legitimidad y legalidad les corresponde.

El privilegio de estar presente en estos momentos sí es único. Como el privilegio de ver transformarse un pueblo en ciudad, como Santa Cruz de la Sierra; el advenimiento de una "democracia" o el choque de civilizaciones… o de ser abuelo de Valentina.

Alejandro Colanzi es criminólogo. Correo: acolanzi@gmail.com.