La iglesia sin pastor


Hay quienes dicen que nos encontramos experimentando un tiempo de polarización política, yo no creo que sea para tanto, porque vivimos una suerte de polarización, pero social, no política. Esto quiere decir que se encuentra en la discusión pública un enfrentamiento de fracturas sociales históricas que nos dividen; pero no estamos frente a la disputa de dos proyectos políticos de país.

En esa polarización social en la que nos encontramos se han instalado dos iglesias que defienden una de las dos creencias como capítulos exclusivos de la historia de los últimos tiempos. Un paréntesis aquí, la figura de las iglesias se la debo a mi amigo Armando Ortuño.

Sigo entonces, para una de las iglesias, el génesis comienza el 21 de febrero de 2016 y habría terminado ese testamento con el Apocalipsis liberador que vivieron el 10 de noviembre de 2019 con la renuncia a la presidencia de Evo Morales. Esta iglesia lleva el título de la congregación del fraude electoral.

Para la otra de las iglesias, el génesis se inició el 10 de noviembre de 2019 y se habría extendido hasta el 20 de octubre de 2020, en el que vivieron una auténtica resurrección bíblica y por tanto un nuevo amanecer. Esta iglesia lleva el título de la congregación del golpe de Estado.

En una lucha de creencias, y en este contexto de iglesias instaladas, juegan un papel fundamental los pastores de las mismas. Echando un vistazo a éstos en cada iglesia, podemos ver que en la congregación golpe de Estado hay un pastor cuyo peso histórico y simbólico cada día se hace más fuerte y que tiene igualmente a unos discípulos notables que se encargan de hacer retumbar sus cánticos por doquier, dentro y fuera del país.

En la otra iglesia, no se observa un solo pastor fuerte como en la anterior, más bien aquí da la impresión de que lo que tienen como estructura son mini parroquias o células territoriales mediante las cuales manifiestan su desagrado por el menosprecio que sufren de la iglesia más grande, por ahora, que es la del golpe de Estado. Al estar esta iglesia del fraude electoral sin pastor que los conduzca, se va generando cada vez más una suerte de necesidad por que aparezca un profeta apocalíptico duro y ortodoxo desde el extremo que encandile y, al mismo tiempo, se vea como el padre estricto que necesitan.

Sin embargo, en el medio de esas iglesias hay una masa importante de gente que no se deja evangelizar por ninguna de ellas y más bien considera que ambas están unidas por una auténtica crisis política que vivimos, y que fiel al estilo de una democracia contemporánea y vigorosa, la resolvimos en las urnas. Mientras las congregaciones del golpe de Estado y del fraude electoral no reconozcan su cuota parte de responsabilidad por la crisis política de 2019, no habrán dado el salto necesario para conectar con la población que los mira cada vez con más distancia, población que se aburre con su canto estridente o se enoja con su falta de empatía con las verdaderas víctimas, porque más parecen querer salvarse a sí mismos algunos pastorcillos menores.

Marcelo Arequipa Azurduy es politólogo y docente universitario.