Primer mensaje presidencial


Aunque es claro que el del miércoles fue el primer mensaje presidencial de esta gestión gubernamental (por fuera de los discursos oficiales que tienen otras características), su carácter primigenio va mucho más allá, sobre todo por su contenido. El presidente Arce no solo inauguró en su gestión este formato propio de la comunicación de gobierno, sino que además ha instalado como novedad en el espacio público un discurso político (proveniente de un actor relevante) que supera la soporífera y peligrosa polarización del todo político entre la dicotomía fraude/golpe.

Si bien siempre habrá aquellos/as que le encuentren algo al mensaje o —más bien— al mensajero (y, qué bueno, porque de eso también va la democracia), lo cierto es que lo escuchado por el país refiere además a un tema que no solo tiene ralentizada a nuestra sociedad sino también su espíritu; de ahí que no pasa desapercibido el carácter empático de las palabras utilizadas para construir el preludio del mismo. Como efecto, su temporalidad lo ubica más en el futuro que en un pesado pasado conveniente como cuadrilátero para la clase política que pugna continuamente por el poder ya que buena parte de la ciudadanía se la pasa en las urgencias propias de resolver el presente en cada hogar y familia. Finalmente, se hace evidente la perfecta posibilidad de hacer comunicación (y) política mediante gestión pública y en diálogo con instituciones.

El presidente Arce no es un mandatario al que se le noten innatos dotes comunicacionales, por el contrario, resulta difícil que se constituya pensarlo como un generador de emotividad en sus públicos y, más bien, pareciera tener mayor dificultad que muchos otros actores del poder en llegar a los hígados o corazones de la población; además que busca hacerlo poco. En ese sentido resulta coherente la figura de un vocero presidencial con mayor presencia mediática y que se constituye, de manera más directa, en un receptor de la emocionalidad que continuamente se disputa en la opinión pública. De ahí que la mesura (incluso falta de chispa o brillo) en un mensaje comunicativo no es necesariamente un dato que desfavorece la conservación del poder en el marco del ajedrez político.

Es seguro, y lo están escribiendo muchos/as estudiosos/as del tema, que la pugna política por el poder en pleno siglo XXI necesariamente será resuelta con base en la rimbombancia discursiva, la astucia comunicacional y la hiperinflación emocional con la que es propuesta; la industrialización de la comunicación política aplica esa fórmula que se preocupa más por la consecución/manutención del poder que la calidad de la democracia. Pero ese aspecto es, más bien, potencialmente perjudicial para el entorno democrático en el que idealmente debe desenvolverse la política y gestión pública nuestra de cada día.

Daniel Innerarity decía hace poco en un tuit: "A medida que la política se convierte en un espectáculo, ha de ser entendida y juzgada como tal". No está aún comprobado que los mensajes sosegados y sobrios hagan crecer la figura de poder político de una autoridad, lo cierto es que en un mundo plegado de ruido semántico ese estilo llega a resultar estremecedor y, por tanto, tiene eficacia comunicativa.

Aunque el mensaje como tal representa un hito en la comunicación de gobierno del presidente Arce aún parece prematuro percibir que la misma pueda constituirse en un cambio de timón en el lineamiento comunicacional que, huelga decirlo, entre que no alcanza a ser comprendido (como distinto al que tuvimos por años) por el conglomerado mediático y la opinión pública; a la vez que no termina de ser eficiente en su institucionalidad y más allá de la figura presidencial. Pero es algo. Y es un respiro-pausa que, comunicacionalmente, es bastante en este tiempo.

Verónica Rocha Fuentes es comunicadora. Twitter: @verokamchatka