Santos no es Felipe


Qué habría sido de Felipe Quispe, "El Mallku", de haber vencido su infortunado destino de volver a la Pachamama en un episodio tan imprevisto. No habríamos conocido a su hijo, y seguro que estaríamos en otras condiciones políticas y con más certidumbre sobre el futuro de La Paz. Es que el antiguo líder indígena estaba bien perfilado como candidato a gobernador de La Paz.

Santos Quispe es un político advenedizo, si le calza el término. Su elección resultó tan endeble, que en otras circunstancias su destino no habría sido el que hoy ostenta. Llegó bajo el poncho de su padre —un rebelde con causa y hombre cuya impronta contagia respeto y empatía— y se alimentó de la evolución política de Eva Copa, la humillación de la expresidenta de la Cámara de Senadores y el resentimiento/ cansancio con el desgastado Movimiento Al Socialismo (MAS) en El Alto y las provincias de La Paz.

Es difícil imaginar que la alianza que lo cobijó por un par de meses, Jallalla La Paz, haya pensado en él como un cuadro sólido y capaz de gobernar el departamento más importante del país más allá de las emociones que envolvía a la dirigencia y mitancia incipientes. El "Wayna" Quispe, como acuñó en la campaña electoral, fue elegido candidato al influjo de Copa y en medio del dolor por la partida de su padre.

Su elección como sustituto de "El Mallku" fue más emotiva que racional o estratégica. Y su elección en segunda vuelta como gobernador se alimentó de la bronca ciudadana y un voto anti MAS de sectores conservadores y recalcitrantes de La Paz.

Al final, es el gobernador y nos toca a los paceños y no paceños guardarle respeto, no pleitesía ni sumisión.

Cómo le irá en los cinco años de gestión, es un complejo misterio.

Hay un dejo de incertidumbre en la opinión pública, a un poco más de una semana de su juramento. Quispe no genera seguridad; su actitud torpe y soberbia está sembrando dudas sobre su gestión y su futuro político, y su encanto electoral comienza a esfumarse.

No ha comenzado bien su periplo en la administración pública. Nada más al recibir su credencial de autoridad electa destiló odio político: rompió con la alianza que lo llevó a la Gobernación de La Paz.

Lo hizo de la peor forma, sorprendió a sus aliados con la decisión anunciada ante los medios de información. Quizás pudo guardar las formas, pero vaya a saber uno qué más pudo esperarse de él.

¿Habrá sido una ruptura casual? Es para dudar. Pero el mantener una alianza primero implicaba una eventual división de cargos con sus aliados y, luego, una dependencia política ante una estructura quizás endeble, pero estructura al fin.

Consumado su alejamiento de su alianza, ahora se enfrenta a un encono que va a cargarse en adelante, al punto de estar a merced de posibles movilizaciones y eventuales procesos judiciales: ha faltado a su palabra y ha puesto en duda su gestión. No tiene una estructura política más que algunos cuadros en la Asamblea Departamental, una militancia hambrienta de puestos en la Gobernación y un respaldo político para nada sólido.

Su indecisión en la designación de la nueva directora del Servicio Departamental de Salud (Sedes) en un momento crucial para la salud de los paceños ha sido una muestra clara de cómo toma las cosas serias. Su equipo de transición se ha movido a último momento por esa tarea, por eso fue que el antiguo director se quedó más de una semana más en sus funciones.

Ojalá nos equivoquemos. Los retos para que La Paz tenga el mejor de los desarrollos en los cinco años que vienen son tan enormes, que no calzan en una gestión improvisada y llena de conflictos internos nada más al comenzar una difícil tarea.

Santos no es Felipe para gastarse tanta ingenuidad, soberbia y rebeldía sin causa.

Rubén Atahuichi es periodista.