El futuro ya no es como antes
Pareciera una paradoja sacada del delicioso menú de la metafísica popular que entona mi amigo Papirri, cuando en realidad es una revelación subversiva de los tiempos que vivimos. "El futuro ya no es como antes", tiene al menos dos acepciones. La primera, que en sociedades de horizontes que no se avizoran, los sueños de futuro ya no son tan evidentes, ni esperables, ni rutinarios, porque los mapas de estos tiempos son borrosos y las brújulas no están aprendiendo todavía a orientarse en cartografías nocturnas. La otra acepción es la advertencia existencial de que necesitamos enderezar el mundo que habitamos si queremos que siga siendo habitable.
Para ser más precisos, y parafraseando al maestro Paulo Freire, cuando afirma que "la educación no cambia el mundo, cambia a las personas que van a cambiar el mundo", digamos que los cambios para un planeta con futuro comienzan por nosotros, los seres humanos, sus destructores, poniendo en nuestro camino y en nuestro horizonte el desafío de recuperar el sentido humanista, ético, dialogal y democrático de la vida digna en sociedad y de armonía con la Madre Tierra.
En tiempos del Holoceno era la naturaleza la dimensión dinámica que acomodaba en ciclos los elementos de la vida. La biodiversidad y los ecosistemas tenían movimientos que los regeneraban con resiliencias capaces de controlar aquellas acciones del crecimiento indiscriminado que convirtió al progreso en transgresor de la vida en el planeta. Hoy, en tiempos de Antropoceno, con un desarrollo tecnológico que ha alterado los movimientos legitimados por la dinámica de la naturaleza, son las acciones humanas las que marcan las características y los destinos de los ecosistemas.
La lógica anterior garantizaba preservación y vida. En cambio, en la era actual, están en debate una corriente que vela por los derechos de la naturaleza, y otra, militante del capitalismo salvaje, que en su carrera depredadora está empobreciendo la tierra, las sociedades y la biodiversidad. Raro el sistema social que se ha configurado, porque deja morir, depreda, pauperiza, quema bosques, divide, polariza, contamina ríos y aire, extrae las riquezas guardadas en las entrañas de la tierra y está calentando los mares y los cielos que de rato en rato nos advierten con sus tsunamis, volcanes, terremotos, inundaciones y sequías, que el mundo no puede seguir estando como está.
Se están naturalizando peligrosamente formas de producción de la riqueza que conllevan la extinción de especies vivas, ya sea por depredación, o por hambre. A la par, se están institucionalizando formas de consumo ritualizados por la estética y legitimados en la angurria acumulativa del poder. En sintonía con esto, se expanden procesos de comunicación que banalizan la vida y naturalizan la violencia. Y como el elemento articulador de estos procesos, las sociedades se están instalando nuevos cánones tecnológicos y culturales donde la comunidad se está fragmentando en individualizaciones amparadas por una teología del yo por sobre el nosotros colectivo.
Al desequilibrarse las dinámicas naturales de la vida se producen alteraciones estructurales como la aparición de nuevos virus, tal es el caso del covid-19 y sus variantes, que han venido en las alas de un murciélago regando desesperación en las sociedades del bullicio, para convertir las cotidianeidades de los estrujamientos en relaciones al paso de ciudadanos enmascarados, muchos de los cuales se aferran al egoísmo individualista para su sobrevivencia, mientras que otros anclan sus esperanzas en las alteridades solidarias.
Se dice por esto que una nueva normalidad ha ganado la vida en el planeta y se cree que con protocolos de bioseguridad habremos resistido los embates de la pandemia. Esto es importante, pero el desafío central sigue siendo el de resistir la anormalidad ambiental y social inequitativa con paradigmas del encuentro, de la interculturalidad y de la solidaridad, siguiendo un proceso combinado de adaptación y transformación, para dinamizar formas de ser, estar y habitar el mundo ahora, recuperando la fortaleza de la convivencia comunitaria y la capacidad creadora de la utopía para construir futuro.
Estos futuros van a ser consecuencia de los paradigmas de la vida que cultivan sentipensamientos de justicia, pero en especial serán obra de las acciones que materializan opciones por la vida, como por ejemplo la abrogación de las leyes que animan los ecocidios y de las políticas que amparan el uso de transgénicos que favorecen las expansiones invasivas de los territorios indígenas, pueblos guardianes de la vida. Hay que empedrar los caminos con las leyes, normas, creencias, políticas, costumbres, solidaridades, reciprocidades y complementariedades que queremos pinten los futuros de la buena convivencia.
Construir futuros en estos tiempos de incertidumbre equivale a recuperar el sentido de la nueva realidad planteada por el Papa Francisco, cumpliendo tres exigencias éticas: amar la verdad, poner la comunicación al servicio del encuentro y asegurar el respeto a la dignidad.
Adalid Contreras Baspiñeiro es Sociólogo y comunicólogo boliviano
El futuro ya no es como antes
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