Aniversario del Boliviar


En un nuevo aniversario del mejor club de fútbol del país. 96 años de historia: "...recordar a los amigos de papá, personas sencillas y, ¡claro!, fanáticos bolívaristas. De su "potente" club Bolívar; de su presidencia en los inicios de los cincuenta. De sus evocaciones relatadas con orgullo: de Ramón Guillermo Santos y su tremendo chutazo; del "Maestro" Ugarte y su clase, los lujos, la gambeta, sus taquitos, su peculiar forma de ejecutar los penales, de espalda al gol pateando a la media vuelta. Y, Mena y Edgar Vargas, hermano del "Perro" Vargas… el estronguista. Y, por supuesto, en mi hermana Gringa quien, de pequeñita, fanatizada por mi padre, no podía ver ni sentir, a kilómetros, nada que fuese amarillo... amarillo y negro, ¡ni qué decir! El carácter de mi padre, su forma desprendida de ser; sencilla, algo tímida, discreta, siempre respetuosa. Las horas en las cuales, pacientemente, me enseñó a jugar ajedrez, o cuando desde chico llevándome al estadio me inculcó el amor por el deporte, sobre todo por el fútbol. A mí, como a varios primos de quienes hizo, con aguante, dulces y helados de por medio, apasionados bolívaristas. Bueno, resultaba fácil, no había mucho dónde escoger.

En esas jornadas deportivas, aprovechando la culminación de una gran jugada, un helado como antojo; por supuesto, un Frigo comprado al "Loro", ahí en las tribunas de preferencia. Deliciosos, en vasito: de chirimoya, mandarina o nuez; o, para combatir el calor, un refrescante "gemelo" de hielo.

Y la celeste, con el pantaloncillo azul marino y las medias plomas, enfrentando rivales, barriendo contrincantes: venciendo, alguna vez empatando, en ocasiones goleando. Y, ¡claro!, también perdiendo.

¿Cómo olvidar la mala campaña deportiva del equipo de nuestros amores y su descenso a "Primera B"?; con el obligado cambio de categoría. El fracaso, la resignación y el intento de superar en la próxima temporada el desastre. Junto a mi padre había sido testigo, domingo a domingo, de derrotas permanentes, de pésimas jornadas, apenas sí matizadas con algún inservible empate. Plantel que no daba pie con bola. Entonces, a mis trece años, tomar conciencia de las implicaciones que conlleva el ser y pertenecer; en este caso, a una divisa deportiva: la celeste. Y sentirse dolido, afectado, humillado por el adversario. Probar, así, el sabor de la derrota. Pero luego, rápido, con una nueva directiva, un flamante técnico y otra plantilla de jugadores, salir del pozo. Así, la revancha competitiva llega pronto y, con un equipo ahora sí invencible, bailar rivales para, en el siguiente torneo, salir campeones invictos, ¡invictos!

Con la conquista del certamen, la prometida "operación retorno" coronada con resonante éxito. Volver a la categoría privilegiada, de la mano de Mario Mercado, de "Chichi" Siles, Alem, de Don Lauro Ocampo, de Noda, entre otros dirigentes quienes, con empeño, trocaron el fracaso en éxito, la derrota en triunfo y la pena en alegrías que da la victoria.

Y, nuevamente cantar:

​​A las cuatro de la tarde, entra el Bolívar en cancha,
​​decidido a ganar contra cualquier contrincante.
​​Equipo caballeroso, su técnica ha demostrado, ​
​​en victoria o en derrota, siempre celeste ha flameado..."