Daniela Cajías: De Bolivia a España, una historia de luzI

CINEASTA. La directora de fotografía boliviana Daniela Cajías en el set de la película española 'Las niñas'

Desde 2015 la cineasta paceña se ha hecho de premios en su nuevo país con su cinematografía que aprovecha la luz natural

Muchas historias cuenta Daniela Cajías a través del lente. Pero ahora empieza a contar una diferente y no menos desafiante: La suya. Cómo llegó de Bolivia a España y cuáles fueron los pasos que —además de su nominación a mejor cinematografía para los premios Goya— valieron para que su más reciente filme, Las niñas, logre un importante reconocimiento en el Festival de Málaga, además de una nominación al prestigioso premio Gaudí.

La cineasta habla con ESCAPE desde España, donde ya se puso el sol, mientras en Bolivia, tierra que la vio nacer, son las tres de la tarde. La directora de fotografía, nacida en 1981, se da cuenta de que tendrá que esperar un rato más antes de irse a descansar. La galardonada ópera prima de Pilar Palomero, que muestra cómo cambia el mundo de una niña de 11 años que estudia en una escuela-convento y vive con su madre, viuda a los 30 años, atrajo mucha atención sobre Cajías.

"Mis dos padres se dedicaban al cine y al documental, ambos se autodenominan a ellos mismos como videastas y digamos que he crecido en este medio", se pone a recordar Cajías. Su voz es suave, relajada, casi un susurro, pero todo lo que dice es claro y denota buen humor y risa fácil.

Paceña de nacimiento, cuenta cómo fue que creció con un padre armado de una cámara fotográfica con su propio laboratorio en casa. Todo el día sacando fotos, transmitiéndole su pasión por este arte. "Me ha picado el bicho del cine, pero de hecho mi primer profesor ha sido mi padre. Él es la persona que me ha empujado a dedicarme a esto", recuerda.

Ese impulso la llevaría a Buenos Aires con la idea de estudiar cine, pero algo ahí no la inspiró del todo y en 2004 se vio de vuelta en Bolivia, complementando su formación en la Escuela de Cine y Artes Audiovisuales (ECA), por un año.

No era más que un peldaño antes del siguiente. En la ECA conoció a profesores egresados de la Escuela Internacional de Cine y Televisión en Cuba (EICTC) y eso bastó para que un día se fuera hasta allí a especializarse en fotografía por tres años.

Ni bien retornó a Bolivia, se embarcó en proyectos nacionales. Hospital Obrero (2009) de Germán Monje, Amarillo (2009) de Sergio Bastani y Los viejos (2011) de Martin Boulocq fueron esas incursiones en las que aplicó mucho de lo aprendido en Cuba. "Trabajábamos con luz natural, pero porque no había dinero", narra.

En Cuba, los de primer año solo trabajan con luz natural. Con espejos y rebotándola para aprovecharla mejor. Este no era el método favorito de Daniela Cajías, pero por necesidad lo volvió a emplear en las películas que rodó en Bolivia.

"Cada película es un viaje", dice al pensar en su trayectoria. Poco después de su retorno al país, Fabio Meira, otro egresado de la EICTC la invitó a Brasil para que sea la encargada de la cinematografía del filme Las dos Irenes (2017).

"Ahí, por pedido del director, trabajamos todo con luz natural, cien por cien. También porque no había mucho presupuesto", alega con una repentina risa.

Y luego, con tono entre serio y risueño, confiesa que intentar sacar mucho con poco ha sido algo que la ha definido como directora de fotografía.

Porque esta no es solamente la historia de la carrera de Cajías, es también la de su relación con la luz. Sus años y años de haber ejercido la voluntad de estar en silencio y observar. "Mis padres lo cultivaban muchísimo: aprender a ver, fijándote en cosas que están lejos e inventándote historias".


NATURAL. Una de las muchas escenas de 'Las niñas' que fue rodada con luz natural, para mayor comodidad de las jóvenes actrices primerizas. Foto: Daniela Cajías
Luz, la materia prima
Hoy por hoy, Cajías prefiere trabajar con luz natural y eso fue lo que hizo en Las niñas. No es que no utilice otras fuentes de iluminación, pero hay algo en las texturas y colores naturales que brindan un tono que ella disfruta más.

En el filme de Palomero, la cinematógrafa quiso ser casi invisible. Si bien Andrea Fandos, la protagonista, ya tenía experiencia, muchas de las otras actrices eran niñas, no profesionales, que de pronto tenían que improvisar en un set.

"Entonces no quería molestar con trípodes, ni cables, ni luces, sino rodar un poco como si fuera un documental, iluminando desde fuera del set o de las casas, para que ellas tengan toda la libertad para actuar y moverse".

Para lograrlo, la directora de fotografía no solo tenía que trabajar muy en conjunto con la directora de arte, Mónica Bernuy, también tenía que entender muy bien lo que quería hacer y lograr Palomero.

"Es un trabajo colectivo. No puedo ir por mi lado con mis grandes ideas, tengo que entenderlos a ellos intentando escuchar lo más que pueda y, poco a poco, ir aportando a partir de lo que me han dicho".

Para ello tuvo que sumergirse en la Zaragoza de 1992 en que está ambientada la película. Una época en que España se decía muy moderna, pero que más allá de la televisión y sus mujeres hipersexualizadas, podía ser un lugar muy conservador. "El '92 yo también tenía 11 años. Y aunque esto es en Zaragoza y lo mío en Bolivia, hay muchas cosas en común de crecer en los noventas y todas las preguntas y cosas que vienen con ser una niña de 11".

Y a la vez, Cajías tenía que entender cómo funcionaba la luz en cada locación si es que quería intentar controlarla. Saber cuándo es que se va, en qué momentos cambia de intensidad, cómo y por dónde redirigirla. Qué sensaciones ayudará a brindar a la película.

DEBUT. Para la joven actriz Andrea Fandos, 'Las niñas' representó su debut en un largometraje. Previamente actuó en el corto 'La comulgante'. Foto: Daniela Cajías
"(Llego a la locación y) voy pensando en cuáles son las entradas de luz, si hay una montaña frente, en qué piso (filmamos), todas estas cosas. Ya en rodaje es como un Tetris: cada día hay que modificar, adaptándose a las diversas cosas que pueden suceder durante una filmación".

"Y, ahora, con el filme terminado, ¡a seguir trabajando!", dice alegremente. La cinematógrafa llegó a España en 2015 y, a fuerza de trabajo, se ha hecho un lugar en una industria llena de gente muy capaz. No lo dice, pero se nota que lo ha logrado a fuerza de observar en silencio, tratar de comprender la luz y buscar emocionar a los demás con imágenes.

"Es muy amplio el trabajo de fotografía porque por un lado tienes que gestionar todas estas cosas, y por otro ser creativa, empática y emocional para transmitir e investigar. Ser, además, técnico para que todo quede bien y luego, en rodaje, marcar el tiempo y otras cosas, siendo un apoyo para el director".

Hay algo contagioso en cómo habla de la luz y qué sucede con ésta en distintos momentos del día. En todo lo que se debe hacer para controlarla, para replicarla, aprovecharla, estudiarla, entenderla. Es jugar con la luz, "la materia prima de lo que hago", dice antes de irse a descansar.