Chuquiagotranca


Sospecho que el Illimani para evitar estresarse se tapa los oídos con su nieve eterna, eludiendo así el intermitente sonido de fondo que provocan los zumbidos de los motores de una inmisericorde sobrepoblación vehicular en la ciudad de La Paz. El sistema de transporte en la hoyada paceña es, por decir lo menos, caótico, contaminante y despelotado.
Hay contaminación acústica adosada de la estridencia de los bocinazos, el traqueteo de los carros destartalados y los improperios a tono subido de los conductores. El transporte genera también contaminación visual, con las señales de los semáforos que se ignoran olímpicamente, los transeúntes que cruzan las calles por donde y cuando se les pega la gana, y las motos que creen que su vocación es ganar/adelantar subiéndose a las aceras, angostándose como láminas de vidrio para cruzar entre dos motorizados, o arrugándose para meterse por debajo de los carros.
El desorden que provoca la suma de transporte despelotado, peatones irreverentes, estacionamientos callejeros impresentables y bloqueadores infalibles, dura toditito el santo día y se intensifica en los horarios punta, configurando la ciudad de las veinticuatro horas pico. La estructura de calles angostas, empinadas y serpenteantes que caracterizan a Chuquiagomarka ha sido rebasada por un índice de propiedad vehicular de 224 por cada mil habitantes, superior en casi dos veces y medio al promedio nacional que es de 92 por cada mil. Cerca de 250.000 vehículos circulan diariamente las calles paceñas.
En Lima, ciudad de más de 10 millones de habitantes, con desánimo solía mirar por la ventana la marea sin fin de vehículos circulando a la hora de salida del trabajo. Los cuatro carriles de este a oeste y los otros cuatro de oeste a este estaban siempre repletos, pero fluyendo, pasito a paso, en una especie de procesión por hileras bien alineadas, semejando escuadrones en los desfiles militares. En La Paz las trancaderas son distintas porque todo el mundo quiere pasarle al de adelante, no importa si por la izquierda, o por la derecha, o por la jardinera, o invadiendo carril, o por encima, estableciendo también un desfile, pero de pepinos carnavaleros brincando en total desorden.
La cotidianeidad paceña se reproduce dramáticamente congestionada, semejando una olla de presión a punto de explotar, especialmente en su centro colonial que hace casi cinco siglos fue diseñado para la circulación de caballos y carretas y no de una vorágine de vehículos de todos los tipos, colores, tamaños y marcas. Se estima que el 90% de los vehículos públicos y privados ingresa diariamente al centro de la ciudad para aglomerarse, atascarse, taponar la ciudad, estrujar pasajeros y rodar a paso de tortuga, generando en la ingeniosa imaginería popular la conversión de Chuquiagomarka en Chuquiagotranca.
Existen cerca de 600 rutas del servicio público que, aun siendo ineficiente en horarios, estado de los vehículos, trato a los pasajeros, irrespeto de las señalizaciones, carreras para ganar pasajeros, desvíos de rutas de acuerdo a sus conveniencias, y arbitrarios cobros por "trameajes", es ineludiblemente necesario y las poderosas organizaciones de choferes lo saben, y lo hacen valer. El 74,9% de la población paceña se desplaza diariamente en sus unidades. Los más utilizados son los minibuses (81,1%), seguido de los micros (7,9%), trufis (6,2%), teleférico y Pumakatari (2,2%), taxis (1,6%), radiotaxis (1%) y, de yapa, el queridísimo Colectivo 2, que no entra en las estadísticas.
Porque el sistema público es y seguirá siendo el más utilizado, urge mejorarlo y sacarlo de su situación de mala reputación en la que se encuentra según la Encuesta Municipal de Desarrollo Urbano aplicada por PNUD, mostrando un nivel de satisfacción de los usuarios en apenas el 16%, ubicado debajo del 18% en El Alto y muy por debajo del 34% en Cochabamba y el 32% en Santa Cruz. Este porcentaje difiere radicalmente del reconocimiento positivo que el 92% tiene sobre el Teleférico y el Pumakatari, básicamente por la seguridad, limpieza y comodidad que ofrecen.
En este ambiente, en el que gana sentido el grafiti: "Optimista, lo que se dice optimista, es aquel que cree que puede componer el tráfico a bocinazos", los Pumakatari marcan diferencia, porque se deslizan raudos como el puma y sigilosos como la serpiente (katari), con un servicio de calidad: moderno, eficiente, seguro, confiable, puntual y amigable. Aún con el contraste entre su porte mastuco y su denominativo bonachón: "Pumita", con el que cariñosamente lo bautizaron los vecinos, este patrimonio paceño es una conquista ciudadana que ha puesto en cuestionamiento el monopolio del transporte, ha legitimado una forma de servicio que dignifica el consumo urbano como un derecho, además de desafiar, junto con sus hermanos menores, los Chikititi, a que se asuman políticas integradas de movilidad urbana.
Tan de otro mundo es el Pumita, que los usuarios esperan disciplinadamente en fila su paso por las paradas, no sobrecargan pasajeros, tienen wifi y encima cuando uno sube lo reciben amablemente para vivir una experiencia vehicular reconfortante. Es un referente que inspira trabajar soluciones futuristas como más tramos y unidades para que el Pumakatari enaltezca las calles y avenidas paceñas, esto junto con un paquete de medidas como el reordenamiento urbano, restricciones con pico y placa, mejoramiento del transporte público, regulación del transporte privado, desconcentración de servicios, pero especialmente nuevas vías y, como el factor de unidad y alimentación de todos ellos, la educomunicación/cultura vial.

Bogotá, 17 de marzo de 2023