Las llaves del cielo en la tierra sin mal


Abraham Peters Dick nació en 1990 en las calurosas tierras de la colonia menonita Manitoba en el departamento boliviano de Sant Cruz. Era el plan de Dios que así sucediera.

Las gemelas Avi y Evi, nacidas en 1996 en la misma paradisiaca colonia de los llanos orientales, no recuerdan en su niñez haber visto a Abraham. Cuando ingresaron a la escuela él ya había terminado sus estudios y en la reunión dominical de la iglesia había muchas personas jóvenes como para tener presente su imagen en algún punto de sus recuerdos.

¿Fue Abraham Peters Dick parte de la obra del diablo aquel mal día en su casa?, se preguntan con frecuencia.

De ese mal día, como describen a una calurosa madrugada de invierno, recuerdan con nitidez la confusión casi de la misma forma: Quejidos lastimeros al despertar, el semblante de su madre lleno de dolor, los temblorosos labios de su pequeño hermano y el miedo de todos en la piel.

A su padre, un hombre robusto de metro noventa, dedicado toda su vida en las labores del campo, Evi lo vio con la cabeza inclinada hacia abajo, triste, vencido.

Era la expresión, según Avi, de la derrota física de un hombre muy fuerte y el derrumbe espiritual de alguien de profunda fe.

Avi y Evi, gemelas de 13 años aquel invierno de 2009, despertaron adormecidas, con un fuerte dolor de cabeza, con sangre en la vagina y una extraña sustancia fluida en la entrepierna.

Semidesnudas ambas y sin la ropa interior. Su madre, con el labio ensangrentado, el ojo amoratado, el cabello revuelto y el vestido de noche en la cintura. Y el hermano de ocho, adolorido, muy adolorido, en la parte situada al final de la columna vertebral.

La bebé de nueve meses, los mellizos de cuatro años, y el niño de seis durmiendo al margen del drama en su entorno.

Sin besos, sin abrazos, sin lágrimas, sin consuelo mutuo, la vida en esa extraña jornada debía continuar con la misma rutina de cada día.

El padre desayunó una hogaza de pan casero, un trozo de queso y leche caliente y salió con el rostro sombrío y en silencio del hogar, colocó en el establo el arnés al caballo, lo enganchó a la carreta y se perdió en la inmensa pradera.

La obra del diablo

El mal día no había muerto aún, pero agonizaba lentamente. El azul del cielo se tornaba, muy lejos, en el horizonte, a un rojo intenso.

Parecía un gran incendio, dice Avi.

El padre volvió a casa igual que cuando salió: Intranquilo.

No dijo una palabra, no preguntó nada, le ayudaron a encender las tres lámparas de aceite del interior de la casa, se acomodaron en sus sitios alrededor de la mesa, agradecieron en oración por los alimentos, por lo que Dios da y por lo que Dios toma de cada uno y cenaron en absoluto silencio.

Más tarde, con los niños en la cama, descansando, el padre reunió a la esposa y a las gemelas y breve, exacto, conciso, dijo: Mi deber era contar todo.

Se refería al encuentro en algún momento del día con los líderes religiosos de la colonia. Su obligación era buscar consejo de la iglesia y la fe le mandaba sumisión e interdependencia.

Las tres mujeres, que no se miraron, respondieron con silencio. Tenían la cabeza gacha.

- Ellos han discernido, en oración, que es la obra del diablo.

Un nuevo silencio, largo e incómodo, tensó el ambiente y el calor abrumaba aún más. No había brisa que se cuele por las mallas de las ventanas y aligere las palabras del hombre de familia que respiró hondo y agregó:

- El deseo de placeres deshonestos abrió las puertas del mal.

La esposa, la madre, levantó la cabeza con firmeza e incrédula le respondió con una mirada de fuego.

Las gemelas deseaban levantarse, cuenta Evi en tercera persona, pero las piernas no respondieron.

Respiramos, dijo, en una mezcla de agitación y pánico y recordó a su madre con sus rubios cabellos y su rostro hinchado del lado izquierdo, quien, por primera vez, serena y decidida, con respeto pero también con voz firme, se rebeló a la obligación de aceptar las palabras de su esposo.

Y le respondió sosteniendo la mirada de sus profundos ojos azules.

- Nosotras servimos en silencio al mismo Dios que tú y nada ha perturbado nuestro pensamiento.

Él, asintió con la cabeza afirmativamente y sin mirarla le advirtió:

- Tú no debes desafiar lo que dicen nuestros líderes mujer, ellos disciernen el mandato de Dios, son nuestros modelos de Cristo en su vida personal y familiar y tus palabras nos exponen a la expulsión, al rechazo.

Pero ella no se calló.

- Las mujeres no podemos ser ministros ni podemos elegirlos, pero sabemos que algo pasa hace largo tiempo y no por obra del diablo. Elke, Hannelore, Ida, Odetta cuentan…

- No quiero saber, ordenó con fastidio el hombre en un intento por dejar zanjada la conversación.

La madre de las gemelas, sin embargo, es una mujer decidida.

- Ellas despertaran con la ropa desarreglada, algunas veces desnudas, maltratadas, igual que nosotras. La hija de Hannelore, de 15, está embarazada.¿Es esto una prueba de Dios, un castigo del diablo, qué crees tú, no ellos?



Una joven madre de familia en su hogar con sus siete hijas.

La escuela

A Abraham Peters Dick le enseñaron en la escuela que la iglesia perdona y restaura a los que se arrepienten.

De lunes a viernes, como él lo hacía en su tiempo, los niños salen de sus hogares y recorren los caminos polvorientos que conducen a la pequeña escuela de la colonia.

Grupos de hermanos de tres, cuatro, cinco o seis miembros caminan sin prisa pero no juntos.

Las niñas andan rezagadas de forma natural detrás de los varones.

Los hermanos coinciden en el recorrido con otros grupos de hermanos en este espacio inagotable de tierra verde, llana y labrantía.

Todos tienen los mismos rasgos físicos: Piel blanca, cabello rubio y ojos claros.

Los niños visten overol azul con tirantes, camisa de algodón cuadriculada y sombrero de mimbre blanco tejido a mano.

Las niñas van enfundadas en vestidos largos de un solo color, morado o azul claro floreados, con mangas que cubren hasta las muñecas, cabello recogido en trenzas y cubierto con un pañuelo blanco, sombrero, también de mimbre, adornado con una lazo de color.

Deben vestir igual porque a los ojos de Dios son todos iguales.

De vez en cuando se apartan a la vera del camino para dar paso a las carretas tiradas por caballos y saludan alegres con la mano a su conductor, generalmente un vecino o su joven profesor que dejan tras de sí una estela de polvo.

Es invierno y las mañanas son cálidas y secas, y en las ardientes tardes, típicas de los llanos orientales amazónicos, la temperatura se sitúa entre los 33 y 35 grados centígrados.

El maestro recibe cordialmente a los estudiantes, a quienes conoce perfectamente por nombre y apellido.

Él es quien dirige en una sala austera con bancos de madera y pizarra de grafito la escuela multigrado de la colonia. El menor de sus alumnos tiene seis años y el mayor 13. No se los separa por edad.

Los alumnos toman su lugar y como cada día de su corta vida escolar la clase se inicia con una oración en una lengua medieval y en desuso, el Plattdüütsch, o alemán bajo, en la que se proclama la obediencia a Dios y el amor al prójimo.

La escuela, extensión de la iglesia, es donde los niños pasan el día cantando salmos de alabanzas que repiten una y otra vez con ritmo, voz sonora y profunda religiosidad.

- ¿Qué dicen las sagradas escrituras sobre Dios?, pregunta el profesor en Plattdüütsch.

- Que Dios es un espíritu, responden los alumnos al unísono.

- ¿Qué más dice de Dios ?, insiste.

- Él es único, eterno, inmutable, todo lo ve, todo lo sabe, es omnipotente, omnipresente, es perfecto, es amor, es sabiduría, santidad, justicia, bondad, es benevolente, compasivo y es quien más sufre.

La enseñanza en la escuela es limitada, pero muy religiosa.

Los alumnos aprenden el abecedario en Plattdüütsch y a escribir cartas en el actual idioma alemán. Así lo ha establecido esta colonia protestante anabaptista que sigue los pasos de la fe pacifista de Menno Simons, líder medieval de la iglesia menonita.

Los alumnos no escriben en cuadernos, sino en pizarras de madera individuales.

Los niños aprenden las cuatro reglas de la aritmética. Nacieron en Bolivia pero no se consideran bolivianos. Son hijos de Dios.

Sus líderes religiosos no permiten que estudien el mapa del país, ni del mundo, ni el castellano a las niñas.

Ellas tienen prohibido hablar ese idioma, es un pecado. Ellos, por el contrario, lo aprenden al escucharlo y hablan sin temor adquiriendo con el tiempo el acento local.

Hay un diagrama en blanco y negro de las once colonias con sus pequeñas viviendas y sus extensos campos de cultivo numeradas en el aula.

Es el mapa de su mundo anclado en el siglo XVI que prohíbe la geografía, ciencias naturales, biología, bailar, escuchar música y la práctica del deporte.

No cantan ni conocen el himno patrio y no utilizan la bandera nacional.

El mundo se reduce a su colonia. Es lo que el diagrama manda.

Dios no les permite aprender más. Leen fragmentos de la biblia en Plattdüütsch sobre la vida, lo correcto y lo incorrecto, y la senda angosta y difícil para acceder al cielo o la fácil, libertina y amplia que conducen al infierno.

Gran parte de las escrituras está prohibida, sólo los líderes pueden leerla completa. En el bautismo, a los 18, 19 o 20 años, cuando los jóvenes varones ratifican el camino de la fe, se les revela la interpretación de algunos libros bíblicos de lo que se considera le seráútil en una vida devota y religiosa.

Así es hoy, así son las cosas desde hace 500 años.

Si cumplen las reglas tienen su lugar reservado en el Reino de los Cielos.

Las niñas acuden a la escuela hasta su primera menstruación, 12 o 13 años, o cuando su cuerpo empieza a desarrollarse.

No es lícito hablar de la sexualidad, es un pecado colosal.

Terminado su ciclo escolar, ellas se dedicarán de por vida a las labores domésticas, dentro de casa, solteras o casadas.

La comunidad espera que honren la misma vida de sus ancestros.

Las educan para trabajar en casa, confeccionar ropa para la familia, criar muchos hijos, obedecer a sus esposos y no oponerse jamás a las reglas de la colonia.

Su opinión no tiene ningún valor y nunca ejercerán algún puesto de liderazgo dentro de la colonia.

Los niños estudian hasta los 14, uno más que las niñas. Entonces, deberán abandonar la escuela para continuar, como lo han hecho desde los cinco años, como labriegos, aprenderán el oficio del padre y sumarán habilidades de forma empírica en veterinaria, carpintería y construcción.

Ese es el destino inexorable de todos ellos en la colonia.

Tienen prohibido el contacto con extraños. Las mujeres menonitas no pueden hablar con otros hombres, excepto con su padre y sus hermanos, o su pareja si están casadas.

Saber que todavía están ahí, a mucha distancia, es lo único que necesitan saber de las grandes ciudades, donde creen que las doctrinas del mal y la modernidad han enfrentado a los hombres.

Los líderes religiosos, todos ancianos, enseñan que los progresos del mundo y la tecnología trajeron la ambición y el pecado.

Las familias no tienen televisor, acceso a internet, celular, ni energía eléctrica. Tienen permiso para alquilar un vehículo y recorrer largas distancias rumbo al banco, el hospital o los mercados de abasto para adquirir lo indispensable, pero no pueden conducirlo ni comprarlo.

Prósperos agricultores con mínimo 50 hectáreas de tierra por familia, a la maquinaria agrícola que tienen deben colocar unas fundas de metal para que los más jóvenes no sientan la tentación de conducirlos hasta la distante ciudad.

Si el mal acecha —predican los ancianos líderes— obedece a Dios, perdona, ama al prójimo, no mientas, practica la caridad y el amor, recibe al miserable, hospeda al extranjero, consuela al afligido, asiste al necesitado, viste al desnudo, alimenta al hambriento, no menosprecies al pobre y no te descuides de tu propia carne.

Las llaves del cielo están en esos principios y hay un Dios que vigila en esta tierra sin mal su estricto cumplimiento.

Ese Dios es también el que elige quién padecerá el mal y el que manda a la iglesia, así lo estableció en las Escrituras, separarse del mundo.

Pero la férrea tradición de cinco siglos parece sucumbir ante la tentación del insidioso mundo moderno.

Ese día, Avi y Evi, hoy de 27 años, dejaron de ir a la escuela. El profesor advirtió su ausencia, pero no dijo nada. No le correspondía preguntar. Asumió lo obvio: les vino la regla.

Manitoba

Abraham Peters Dick tiene 19 años, no se ha bautizado y está aún soltero. La colonia, así lo mandan las Escrituras, le exigió vivir en pureza sexual.

Él conocía el hermoso y sereno municipio de Pailón, segunda sección municipal de la provincia Chiquitos que está ubicado a una distancia de 51 Kilómetros al este de la ciudad de Santa Cruz de la Sierra, la más poblada de Bolivia con 1,5 millones de habitantes.

El municipio, potente en materia agraria al impulso del trabajo menonita, tiene una extensión territorial de 10.155 Km 2 y una población, de acuerdo a proyecciones oficiales, de 45 mil habitantes, 15 mil de ellos, precisamente, menonitas nacidos en Bolivia.

Acoge a 11 de sus colonias que están bajo su jurisdicción a más de 100 kilómetros de distancia de la capital, Pailón, y a tres pueblos indígenas.

En provincias y comunas de los llanos orientales hay en total 52 colonias menonitas, entre cerradas y abiertas a la modernidad, que se calcula entre 65 y 70 mil personas.

Cuando Menno Simons predicaba en Europa, la orden de los jesuitas establecía misiones católicas en la región a la que bautizaron como Chiquitos, por la estatura pequeña de sus habitantes.

Hoy, ese pueblo indígena cultiva con profunda devoción las enseñanzas católicas y el arte corre por sus venas, innato y libre.

Sus manos, fuertes y morenas, moldean, calan y dan forma a la madera.

Gruesos árboles tropicales son reducidos a frágiles imágenes de Jesús, la Virgen María, Dios Padre, línea a línea perfectas.

Sus tallados barrocos se les parecen: labios gruesos, pómulos prominentes, tórax ancho y piernas pequeñas.

Como sus antepasados –que aprendieron de los primeros jesuitas que llegaron a la zona en el siglo XVI– trabajan la madera con gran habilidad.

Las dos culturas, las dos religiones, conviven en la inagotable llanura en perfecta armonía pero distanciadas.

Sólo una de ellas, profundamente pacífica, sin embargo, tiene la tasa más elevada del país en agresiones sexuales.

La hermosa región, extensión de la Amazonía, parecía un refugio pacífico frente al mundo moderno.

Pero en junio de 2009, el fiscal del distrito de Santa Cruz de la Sierra, Fredy Pérez, recibió una llamada de un oficial de policía de Pailón que cambió para siempre esa visión.

«Doctor, me dijo, algunos menonitas han traído aquí hombres que dicen que son violadores».

«Simplemente no lo podía creer».

Pérez, un grupo de fiscales y la fuerza pública iniciaron la investigación de la insólita denuncia.

Una comisión, a su mando, se desplazó hasta el caluroso municipio. Verificó allí, en las estrechas celdas policiales de pueblo, la detención preventiva de ocho hombres, altos y rubios de la colonia Manitoba.

La obra del diablo

Pérez, hombre de tez morena, mediana estatura y amplia experiencia en el Ministerio Público, tenía una imagen de los menonitas cuando preparaba la declaración informativa de los presuntos violadores para intentar aclarar el caso.

«La imagen que tenemos de los menonitas en Bolivia es que trabajan desde las seis de la mañana hasta las nueve de la noche, son muy religiosos, no bailan, ni se emborrachan».

Los 2.000 habitantes de la colonia Manitoba, bautizada con ese nombre por inmigrantes de la provincia canadiense que llegaron a la región en la década de los sesenta, se ajustaban a esa descripción.

Desde 2005 hasta 2009, sin embargo, corría la certeza que en Manitoba el diablo andaba suelto y yacía con sus mujeres y sus niños.

Pero el diablo, en una fresca noche de invierno, con algunas copas de más, tropezó en la oscuridad en una vivienda ajena cuando intentaba con sus compañeros un festín de violaciones.

Los hombres de la casa lo atraparon, lo golpearon y a la mañana siguiente reunieron a los jefes de familia y líderes de la comunidad y lo presentaron para inquirir la verdad hasta descubrirla.

Era un hogar vecino al de Avi y Evi, atacado una semana después que la casa de ellas.

A Abraham Peter Dick le preguntaron sin golpearlo qué hacía en casa de sus vecinos, en la oscuridad, a hurtadillas y quiénes lo acompañaban la noche anterior.

Habló suavemente en bajo alemán y la verdad que contó fue insoportable para toda la colonia: Adormecían a las mujeres para violarlas.

Pidió perdón y dijo que no podía dejar de hacerlo.

Un sentimiento de indignación se apoderó del padre de Evi y Avi y del resto de hombres como él, devotos jefes de familia.

Abraham Peter Dick fue perdonado y escribió en Plattdüütsch una confesión sin matices, detallada, precisa, perfecta.

Delató a los miembros del grupo y uno a uno la comunidad los arrancó del campo o de su hogar para que narren y escriban la versión de su historia.

Al igual que el más joven aceptaron su culpa, pidieron perdón y detallaron en papel, rigurosos de su puño y letra, todas sus acciones clandestinas.

La historia de dos de ellos, de mediana edad, se remontaba a al menos un lustro atrás.

Había común acuerdo de la colonia en castigar a los infractores. Encerrarlos en jaulas y suspenderlos de un árbol sin agua ni comida bajo el agobiante calor desde el alba hasta el ocaso durante ocho días.

En la noche a pan y agua y luego encadenar sus manos a una cama.

Después de ese tiempo de castigo, se sugirió trabajo en labores del campo en los hogares mancillados.

Los líderes de la misma colonia habían ordenado castigos más severos, incluida la flagelación, a quienes fueron sorprendidos escuchando radio, bailando o en poder de un celular.

Johan Nelsy, por ejemplo, fue enjaulado dos meses acusado de robo en la colonia.

«Mi padre fue el primero que exigió que se los entregara a la justicia boliviana», recuerda Evi.

«Expresó con valentía lo que otros también querían».

Los líderes religiosos intentaron resolver el caso en el ámbito de la colonia pero ya no era posible frenar un ataque de furia, de venganza, de linchamiento, que había sustituido al deseo de justicia y de escarmiento.

Los líderes se sentían también señalados por haber mantenido ocultos los vejámenes.

- Una noche escuchamos a los perros ladrar, pero cuando salí, no pude ver nada, protestó un padre de dos víctimas de abuso.

- Por la mañana no podíamos levantarnos porque estábamos medio anestesiados, agregó otro.

- No podíamos movernos, señaló un tercero. No sabíamos lo que había pasado, pero sabíamos que algo había sucedido.

- Y no ocurrió solo una vez. Esos demonios estuvieron dos veces en mi casa, denunció un cuarto, luego un quinto y después decenas de voces se hicieron escuchar.

Un miembro del Consejo de Ancianos, de riguroso negro, admitió que sospechaba que también habían irrumpido en su casa cuando estaba en Canadá por asuntos de la iglesia.

- Sí, dijo el anciano en un tono de voz que no admitía réplica, deben ser entregados a la policía.

«Malditos guarros», los llamaron desde entonces.



Alumnos de la unidad educativa Esperanza Viva, de comunidades menonitas abiertas a la modernidad.

Prohibidas de hablar, obligadas a perdonar

Abraham Peter Dick y el grupo fueron limpiados de todos sus pecado. El arrepentimiento y el pedir perdón lo pueden todo.

A las mujeres agredidas no se les pidió su opinión, pero en la reunión dominical de la semana siguiente, en un emotivo sermón sobre el pecado y la maldad, las obligaron colectivamente a aceptar el perdón de sus verdugos y luego a perdonarlos de corazón.

El pecado y la maldad, les dijeron, han ganado terreno en el mundo, interrumpiendo los propósitos de Dios.

Si no perdonan, advirtieron, el pecado del orgullo y el egoísmo las esclavizará y se apartarán de Dios cambiando la verdad de Dios por la mentira, adorando y sirviendo a la criatura del mal en vez de al Creador.

Sometidas al miedo de la interpretación que los líderes religiosos dan a la biblia, aseguran Evi y Avi, las mujeres de Manitoba concedieron la gracia divina del perdón a los agresores.

Perdonar, es también olvidar.

No hacerlo implicaba para ellas cerrar las puertas del cielo y la amenaza de la expulsión a un mundo amplio, desconocido, distante y perverso sin hijos ni esposo para las casadas, ni hermanos ni padres para las solteras.

«Y es que los sabios líderes tienen las llaves del paraíso en Manitoba».

Las mujeres menonitas no objetaron nunca a sus líderes religiosos. Asumieron que lo que dijeron, lo que mandaron, estaba escrito en la biblia, un libro que muy pocas entienden.

Esa actitud de conformismo, y de profundo temor, explica por qué«guardamos silencio» durante tanto tiempo, mientras nos violaban», aseguran las gemelas.

Era mejor así, resignarse con valentía porque cuando hablaron, en aquellos oscuros días, nadie quiso creerles.

Un grave incidente les llenó aún más de profundo temor y selló sus labios casi para siempre.

Corría el mes de septiembre y ocho hombres aguardaban en prisión preventiva el inicio del juicio penal por las violaciones masivas en Manitoba.

Un día los hombres en la colonia, en rumores que corrieron de boca en boca que luego se desbordaron, tomaron preso a un miembro de la iglesia de 37 años. Lo acusaron de ser parte del grupo de violadores.

Sometido a feroces castigos físicos, Franz Klossen Wieler, padre de nueve hijos, negó su participación en esos crímenes.

No importaba su verdad, a Klossen lo colgaron de manos y pies en un poste por más de nueve horas, sin alimentos ni agua, según la denuncia judicial.

Cuando lo bajaron no podía mover los brazos.

Su esposa lo llevó al hogar y lo acostó en su cama, pero no pudo recuperar su salud.

Peter Fehr Wieler, concuñado de la víctima, relató que al hombre lo trasladaron a un hospital público de Santa Cruz y estuvo conectado a un respirador hasta que falleció un par de días después.

La policía citó a 22 personas que supuestamente participaron en el castigo. Todos se negaron a hablar en español y declararon en Plattdüütsch y sin un traductor confiable nadie fue detenido ni castigado por ese crimen.

La fuerza pública supo que Klossen maltrataba a su esposa e hijos, insultaba a los ministros de su iglesia que trataban de enderezar sus pasos, consumía alcohol y no mostraba apego al trabajo.

Fue encerrado en una jaula más de una vez como castigo por sus «pecados».

Mientras enterraban a Franz Klossen Wieler, otro menonita, de 41 años, era encarcelado acusado de «complicidad» por proveer presuntamente los somníferos para las violaciones.

Al menos por un tiempo, la colonia apoyó a la viuda y a los huérfanos Klossen para que no quedaran desamparados y los hombres trabajaron, para expiar sus pecados, los campos de soja y maíz del difunto.

Fiscal, más de 200 víctimas

«Por favor, perdónenme todo el mundo», dijeron cada uno a su turno los presuntos violadores. Lo hicieron ante su comunidad, la fuerza pública, el fiscal, los jueces y los medios de comunicación que los entrevistaron.

El perdón está en el corazón de las creencias religiosas menonitas. No pedirlo y no aceptarlo es un pecado que conduce al infierno.

Una vez que los abogados bolivianos asumieron la defensa de los confesos menonitas, éstos retiraron sus confesiones, invalidaron sus testimonios, orales y escritos, y negaron todos los cargos.

«No se ha demostrado absolutamente nada de lo que se les acusa a mis clientes (...) primero los detuvieron y luego empezaron la investigación», dijo uno de los abogados de los hombres.

Algunos líderes de la propia comunidad que los entregaron, se arrepintieron y pidieron públicamente su libertad.

La poderosa comunidad menonita canadiense de la provincia Manitoba envió dinero para cubrir los gastos de la defensa.

El fiscal Pérez y la fuerza pública iniciaron la compleja tarea de recolección de pruebas, búsqueda de testigos, verificación de las confesiones y la forma de obrar en cada uno de sus asaltos.

Los «abusadores» —descubrieron las pericias— se embriagaban, escogían una casa, y para obtener supremacía y control de sus víctimas rociaban por las ventanas el contenido del spray con productos químicos adormecedores y después ingresaban «para tener a las mujeres a su disposición y abusarlas sexualmente».

Eran químicos utilizados para adormecer al ganado, con efecto somnífero.

Pérez supo que el grupo no respetó a nadie. Había casos en que los detenidos violaron a mujeres casadas, a sus propias hermanas, a una disminuida psíquica, a muchas niñas y adolescentes e incluso a ancianas y varones pequeños.

«Los imputados tenían plena conciencia de lo que hacían».

Las víctimas sentían la incomodidad de tener alguien encima, el peso les dificultaba la respiración, pero no podían reaccionar, no podían gritar, reveló una prueba con el poderoso compuesto.

Su efecto era dramático, especialmente en la memoria. Alguien podía saber que algo terrible había sucedido, pero no recordarlo del todo, confundirlo con un mal sueño.

La persona que les vendía la sustancia química por 50 dólares, les entregaba también viagra animal y ,algunas veces, preservativos.

«Con esos elementos salían a recorrer las casas de la colonia una o dos veces por semana en cuadrillas de tres y cuatro personas».

Lo primero que hacían, según el fiscal, era violar a la madre, a lado del esposo, luego se dirigían a las habitaciones de las niñas, y si no había niñas, tomaban a los niños.

Tenían el vigor de la juventud plena encima y con cápsulas de viagra, dijo horrorizado el representante del Ministerio Público, «las posibilidades de lo que podían hacer era enorme».

Pérez admitiría en algún momento que sería difícil asegurar una condena debido a la falta de evidencia forense y el silencio de las víctimas.

Y es que algunas de las violaciones venían de mucho tiempo atrás y las más jóvenes tenían demasiada vergüenza como para contárselo a un extraño.

Pero con abrumadores informes de agresiones sexuales entre una población tan pequeña de Manitoba, de unas 2.000 personas, el caso estaba en medio de un nivel de criminalidad tan impactante que no podía ser ignorado.



Los caminos de las colonias menonitas sin asfalto ni alumbrado público.

Avi, Evi

Johan Klassen, un próspero menonita que regentaba un pequeño comercio en Manitoba, se contactó con el fiscal Pérez y ofreció al Estado las amplias instalaciones de su casa para las pruebas médicas y los análisis psicológicos y determinar cuántas mujeres y niñas fueron violadas.

Con el permiso de sus esposos y padres, mujeres de todas las edades llegaron muy temprano en carretas o a pie a la casa de Klassen y se sometieron a los exámenes en un improvisado pero decente laboratorio.

En un par de semanas, cerca de 300 mujeres de hogares atacados se sometieron a la revisión a cargo de médicas bolivianas.

Decenas de adolescentes, entre ellas Avi y Evi, descubrieron que su mareos, cambios de humor y la hinchazón en el vientre eran, en realidad, embarazos muy avanzados. Otras, ya habían dado a luz.

Los misioneros menonitas que dejaron las viejas colonias y fundaron comunidades abiertas a la modernidad, ofrecieron apoyo psicológico a las víctimas de violaciones.

Pero los obispos de Manitoba, que desprecian a las comunidades progresistas, rechazaron la ayuda en nombre de las víctimas y uno de ellos declaró a la prensa: «¿Por qué necesitan apoyo, si ni siquiera estaban despiertas cuando sucedió?».

Al final del trabajo, la fiscalía tenía un número escalofriante: 151 mujeres violadas.

Ningún varón se presentó a los exámenes forenses.

En una muestra de valentía con su colonia, una veintena de mujeres de mediana edad que esperaban llevar a sus hijas vírgenes al matrimonio aceptaron declarar ante el fiscal con sus maridos a su lado y un traductor de Plattdüütsch de la colonia.

Un caso fuerte

El caso del Ministerio Público ya era vigoroso, pero había un paso más por delante, definitivo y vital: Convencer a las víctimas para que declaren en condición de testigos en el juicio oral, público y contradictorio.

De no hacerlo, los hombres serían absueltos y volverían a la colonia, como una parte de ella quería y demandaba.

Las mujeres, recluidas siempre dentro de sus hogares, debían superar su malestar y obtener nuevamente el permiso de sus esposos y padres para declarar.

Los hombres procesados fueron trasladados al penal de Palmasola, uno de los más hacinados del país, en la ciudad de Santa Cruz de la Sierra.

Desde su encierro recibieron apoyo de oración y miles de dólares de sus hermanos de fe en Bolivia, Canadá, Estados Unidos y México.

Abraham Peters Dick, el menor del grupo, quien fue descrito siempre como el más peligroso de todos, recibió, por ser el menor, las mayores muestras de solidaridad extranjera.

Él se trasladaba con frecuencia a otras colonias de San José de Chiquitos, llevaba consigo el spray y violaba a las mujeres de allí.

En su último intento contó que retornó frustrado a Manitoba, luego de fracasar en su incursión San José de Chiquitos, cuando fue detenido por sus vecinos.

Cuando el fiscal le tomó la declaración e indagó por qué seguía violando si era un delito y había cárcel, Abraham Peters Dick respondió: «Es un vicio, no puedo dejar de hacerlo».



Dos padres de familia en una jornada de vacunación infantil en la escuelita de la colonia Manitoba, con su pizarra

de grafito al fondo y la lección en bajo alemán. Foto Servicio Departamental de Salud.

El juicio

En 2011 comenzó el juicio en la ciudad de Santa Cruz de la Sierra. Avi y Evi habían dado a luz en la Manitoba canadiense, lejos de la mirada inquisidora de su vieja colonia.

Allí, rodeadas del amor familiar de tíos y primos, donde la vida religiosa es menos radical que en Bolivia, continuaron la escuela, aprendieron los idiomas francés e inglés y cultivaron el castellano que aman y hablan a la perfección.

Dominan cinco idiomas ahora.

No supieron el curso del proceso legal en Santa Cruz, pero recuerdan que de vez en cuando se comentaba en su círculo familiar los sucesos en Manitoba.

En los juzgados cruceños el caso se desarrolló de forma pública en los alegatos de la parte acusada y en sesión reservada cuando las testigos se presentaron para brindar su declaración.

Gladys Alba, una de tres jueces del caso, describió impresionada el profundo valor de la mujer menonita en los tribunales: «Ellas tuvieron el coraje de enfrentar a los abusadores y acusarlos cara a cara».

La justicia está convencida que hubo más casos que los oficialmente 151 comprobados.

Se sospecha que al menos 400 personas, entre ellas víctimas varones, fueron agredidas sexualmente en casi un lustro.

Muchas historias, dramáticas todas ellas, no formaron parte del proceso debido a factores culturales.

Decenas de niñas no acudieron a los exámenes forenses, o no las llevaron sus padres.

Es difícil para una mujer menonita casarse si ha tenido relaciones sexuales. Por esa razón muchos padres prefirieron quedarse callados y decir «en mi casa no pasó nada».

En agosto de 2011 nueve hombres fueron condenados a 25 años de privación de libertad por violación en el mismo penal donde guardaron reclusión preventiva, uno de ellos fue sentenciado en ausencia también a 25 años, y otro a 12 años por suministrar la droga utilizada para debilitar a las víctimas.

Dos de los convictos menonitas encontraron pareja boliviana y formaron familias desde que fueron encarcelados. Otro fue denunciado por violar a dos de sus hijas en prisión y se abrió un proceso penal que duerme el sueño de los justos.

Abraham Peters Dick, el más activo violador, tenía 19 años cuando fue detenido y 21 al recibir la sentencia.

Las confesiones que escribieron en su propio idioma fueron la piedra angular para lograr las sentencias judiciales.

La fiscalía y la fuerza pública —que hicieron traducir el documento al castellano— comprobaron a detalle que lo que escribieron coincidió con los asaltos a las viviendas y con los resultados de los exámenes forenses de las víctimas.

«Se comprobó que esas mismas niñas y mujeres habían sido violadas en las casas que los hombres identificaron», reafirmó el fiscal Pérez.

La juez Gladys Alba no tiene dudas sobre el caso: «Lo que hicimos fue correcto y se hizo justicia».

La vida en la colonia, libertad en jaulas

La vida en Manitoba volvió a una aparente calma.

En casas sencillas las mujeres se dedicaron al quehacer del hogar, los hombres a las labores del campo y los niños acudieron nuevamente a la escuela sin ningún temor.

La oración, el trabajo duro y el aislamiento del mundo continuaron sin cambios.

Pero el recuerdo de los «malditos guarros» estaba siempre presente en la memoria colectiva.

Los jefes de familia reforzaron la seguridad en sus casas de madera. Barras de acero en forma de celdas interiores fueron instaladas en todos los ambientes y rodeando la vivienda, a unos cuatro metros de distancia, un enrejado perimetral para impedir el acceso de intrusos por cualquiera de los cuatro lados.

La tranquilidad y la confianza mutua de antaño fueron sustituidas por el miedo y la confusión.

Con ocho hombres en prisión y uno prófugo se reanudó la vida de la colonia.

Pero los casos de violaciones en las familias de fe menonita estuvieron lejos de terminar.

Las agresiones sexuales no fueron masivas ni dentro de los hogares, sino a campo abierto. Los líderes de la iglesia aprendieron de sus errores y estuvieron pronto a obrar.

Los nuevos agresores fueron disciplinados de forma expedita y cada caso fue cubierto con el manto del silencio. No más exposición mediática que les fastidió su imagen a nivel mundial.

Tres a cuatro casos se presentaron anualmente después de 2011, sin múltiples víctimas.

Algunos de padres con sus hijas, de abuelos con sus nietas o de hermanos contra sus propias hermanas. Pero las malas acciones pueden y deben ser perdonadas dentro de la colonia.

A Bernard Dyck, un granjero de 50 años, Dios le habló para iniciar una cruzada dentro de Manitoba, lograr fuerza y tramitar la liberación de la prisión en Palmasola de los sentenciados.

«Una vez libres, les daremos la bienvenida con mucho gusto», anunciaba a los medios de prensa de Pailón.

«Y si necesitan algo, nos gustaría ayudarles».

Los líderes, que predican siempre la virtud del perdón, contrataron abogados para explorar si legalmente era posible liberarlos. La decisión fue comunicada a la iglesia.

El cabildeo de los líderes de Manitoba, que tomó fuerza entre 2015 y 2016, provocó una gran tensión dentro de la colonia.

Mujeres aterrorizadas, hombres preocupados.

Para algunas de ellas la determinación de la colonia por liberar a los hombres encarcelados representaba una prueba profunda para su fe.

Un menonita liberal, Abram Kenlsen, explicó que en las colonias conservadoras a menudo no distinguen entre un pecado y un crimen y que en el caso de abuso sexual los agresores son perdonados si dicen que lo lamentan.

Y los ministros presionaron aún más a la colonia y a la justicia.

Algunas de las niñas violadas un lustro atrás, dijeron los obispos en 2015 en intensos cabildeos en estrados judiciales, están dispuestas a declarar en favor de los hombres.

Los líderes de la iglesia argumentaron que la prisión en Palmasola, una de las más violentas del país, fue un castigo suficiente.

En 2016 la apelación de la sentencia de Cornelio Thyssen Enss llegó al Tribunal Supremo de Justicia, el de más alto rango de Bolivia.

Acusado de violación en estado de inconsciencia, como sus otros compañeros de encierro, recibió una condena de 25 años.

Con aportes de la colonia logró pagar los honorarios de su costosa defensa.

Una victoria judicial le abriría las puertas de Palmasola y arrastraría en el marco jurídico establecido por una pluralidad de sentencias concordes a la libertad a los otros siete.

Pero la Sala Penal del Tribunal Supremo de Justicia del Estado Plurinacional de Bolivia declaró infundado el recurso interpuesto por Cornelio Thyssen Enss.

«Regístrese, hágase saber y devuélvase».

El revés judicial, sin embargo, no detuvo ni por un minuto a los obispos de la Manitoba boliviana y canadiense.

Abram Peters Dyck y el asesino en serie



Abraham Peters Dick, custodiado por dos agentes de la fuerza pública, volvió al penal de Pamasola a cumplir lo que resta de su condena de 25 años. Foto Min. Gobierno.

Dios actuó en la vida de Abraham Peter Dick Dios, por medio de los profetas, para liberarlo de la esclavitud de la cárcel.

Muy lejos de las colonias menonitas, a 1.500 kilómetros al noreste, en el departamento de La Paz, el caso de un asesino en serie se vincularía a Abraham Peter Dick.

En enero de 2022 la fuerza pública de cibercrimen rastreó a un presunto agresor sexual hasta su vivienda, en una zona popular de la ciudad de El Alto, emplazada a 4.000 metros sobre el nivel del mar.

Los investigadores siguieron el IP de su ordenador —que es la dirección única que identifica a un dispositivo en una red— y lo detuvieron el lunes 24 de enero de 2022 durante la fiesta del Ekeko, el dios andino de la abundancia.

Richard Choque, un hombre robusto y cabello corto, fue detenido sin oponer resistencia.

Desde sus redes sociales ofrecía trabajo a jóvenes mujeres. A varias de ellas, antes de vejarlas de forma salvaje, las torturó. A dos menores de edad las asesinó.

Las sobrevivientes denunciaron su caso, la policía detectó un patrón de conducta y el rastreo por la red internet fue sencillo.

La policía descubrió en su teléfono celular las fotografías de dos jovencitas reportadas como desaparecidas. En el interrogatorio posterior confesó haberlas asesinado. Fueron enterradas en el patio de su casa.

El hombre, de rasgos de psicópata sexual, operaba mediante un perfil falso en redes sociales que le servía para concretar citas con las jóvenes a las que les ofrecía dinero para prostituirse.

Sin embargo, cuando los encuentros se fijaban en un alojamiento, él llegaba vestido de Policía a la habitación —en la que previamente había sembrado paquetes que asemejan ser droga— para abusar a sus víctimas a cambio de no denunciarlas.

El caso salió a la luz pública y recorrió el mundo.

Colectivos de mujeres y familiares de las víctimas tomaron las calles en distintas ciudades del país exigiendo justicia y el esclarecimiento de los feminicidios.

La protesta congregó a una multitud en la vivienda del delincuente en El Alto, para iniciar un recorrido de más de 12 kilómetros hasta el centro de la ciudad de La Paz.

Los manifestantes portaron carteles con pedidos de justicia y críticas a los operadores judiciales.

Desde un altavoz adaptado a un coche se escuchaba un bolero de caballería, un tipo de música fúnebre que aún se utiliza en los velorios populares, que dio a la marcha un componente de profundo duelo.

Colectivos de mujeres exigieron una ley para endurecer las condenas a violadores, feminicidas e infanticidas.

Y es que Choque no era sólo un violador y asesino serial, era un convicto condenado por la justicia a 30 años de prisión, sin derecho a indulto, por asesinar a una mujer de 20 años en 2013, pero que disfrutaba de libertad sin restricciones desde 2019.

Un juez, por una botella de alcohol y un par de miles de dólares, concedió el arresto domiciliario al hombre que fingía ser policía para tomar control de sus víctimas.

Detrás de su caso se descubrió una trama de corrupción judicial mucho más amplia y que replicaba varios factores comunes: Liberación de convictos, violadores, feminicidas y asesinos.

Todos sentenciados, absolutamente todos, los jueces venales inventaron algún problema de salud «incurable» para beneficiar con «arresto domiciliario», soborno de por medio, a más de un centenar de reos en diferentes penitenciarías del país.

Por instrucción Presidencial se conformó una Comisión de Revisión de Casos de Violación y Feminicidio con la participación de las máximas autoridades de los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial.

La Comisión identificó un centenar y medio de casos de libertad irregular a reos condenados como Richard Choque.

Uno de ellos era Abraham Peters Dick.

Sentenciado a 25 años de cárcel sin derecho a indulto, estaba libre desde octubre del año 2019.

Con dinero de los fieles canadienses pagó 25.000 dólares en sobornos para zafarse de la condena.

El juez Manuel Baptista, que luego fue encarcelado, le dio la libertad condicional bajo una inexistente farmacodependencia e instruyó la rehabilitación en un hospital de segundo nivel para drogodependientes de la Alcaldía de Santa Cruz.

También fue aprehendido su abogado y el director del centro hospitalario. Se los acusó de prevaricato, incumplimiento de deberes y uso indebido de influencias.

Abraham Peters Dick nunca ingresó a rehabilitación, no es fármaco dependiente, y retornó a su hogar en la colonia.

Al poco tiempo de su llegada a Manitoba, en las vecinas Belice y Piedras II se iniciaba, con extrema violencia, una nueva pesadilla de violaciones masivas.



Niños de una colonia interactúan con funcionarios municipales y las niñas, detrás, observan. Foto Radio Municipal Pailón

21 de marzo 2022

La primera noche de otoño llegó con estrellas y un hermoso plenilunio. La pálida claridad, que acompañó al brillo pulsante de las luciérnagas, se extendió por los inagotables llanos orientales de Santa Cruz.

A la luz de la luna, ocho hombres bebieron un poco de alcohol y conversaron animadamente en una lengua arcaica interrumpidos apenas por el monótono ruido de las cigarras y el agudo sonido de los grillos.

Llegaron por separado al pie de un viejo molino abandonado, emplazado en los márgenes de la colonia Belice.

El ocaso se impuso en los verdes campos de soya, frijol y maíz y con él se apagó el canto de los pájaros tropicales que en grandes bandadas surcan cada día el cielo amazónico.

El más joven tenía 17 años y el mayor 54. Es éste quien repartió a cada uno un par de cigarrillos, un poco de licor y un recipiente cilíndrico, pequeño, con atomizador, y líquido transparente dentro.

Es un preparado casero, receta de su viejo amigo Abraham Peters Dick, con media docena de medicamentos veterinarios que se utilizan como anestésico y tranquilizante para el ganado.

«Tomen el spray y hagan lo que les dé la gana», aconsejó.

Enfundados todos en overoles azules, camisa a cuadros de color claro y sombrero de mimbre blanco, se miraron entre sí y compartieron una sonrisa cómplice.

De intensos ojos azules unos y verdes otros, son todos hombres altos, fuertes y decididos.

No muy lejos de allí, a menos de diez minutos de camino a pie, hay una vivienda de una planta.

Es el hogar de un matrimonio con nueve hijos. Y es allí, al filo de la medianoche, adonde se dirige el grupo.

Con una temperatura de 20 grados centígrados, era una noche agradable.

Todas las viviendas de las colonias menonitas conservadoras son construidas en madera y están dispersas unas de otras.

El diagrama del territorio las identifica perfectamente.

Las ventanas no tienen vidrios para que circule el aire fresco y apenas una malla de tela fina impide el ingreso de los insectos.

Es por esas minúsculas rendijas por las que el grupo en completo silencio rocía desde afuera el preparado, en particular por los dormitorios. La familia duerme tranquilamente dentro.

Pulsan una y otra vez el atomizador y la presión acumulada en el recipiente esparce en la estancia el líquido en miles de partículas.

Apoyados de espaldas en las paredes exteriores, los hombres se deslizan lentamente hasta caer sentados aguardando al menos treinta minutos hasta que la droga somnífera deje en profundo sueño los despiertos sentidos.

El grupo tiene experiencia en esas tareas clandestinas en las colonias Belice y Piedras II.

Caminos vecinales, polvorientos y poco transitados cruzan esas poblaciones protestantes conservadoras del departamento de Santa Cruz que dan la espalda a la modernidad.

Prefieren cirios o lámparas de aceite a la luz eléctrica. Viajan en carretas impulsadas por caballos, generan la energía que usan con métodos sostenibles y está prohibida que una carretera asfaltada conecte entre sí a las once colonias menonitas del municipio de Pailón.

Viven el día a día como suspendidos en el tiempo, en costumbres de la antigüedad.

Los menonitas están en Bolivia desde 1954. Llegaron ese año en avanzada diez familias desde Alemania, Holanda y Suiza, tras la vigencia de una política estatal de fomento a la inmigración para poblar zonas agrícolas alejadas.

A esas diez familias se sumaron inmediatamente casi un centenar más desde Belice, Canadá, México y Rusia y un año más tarde el Estado aprobó disposiciones, denominadas «privilegios», que, hasta hoy, favorecen esa corriente inmigratoria garantizando sus usos y costumbres: libertad religiosa, respeto a su cultura, exención del servicio militar en tiempos de paz o de guerra, currículo educativo propio, fundar escuelas para la enseñanza del dialecto alemán bajo y el actual alemán e iglesias para el culto religioso.

En la década de los cincuenta y sesenta las primeras familias menonitas adquirieron a perpetuidad extensas tierras a un dólar con 25 centavos la hectárea.

Son, ahora, la comunidad extranjera con más propiedad agraria del país.

Desde entonces, sus principales asentamientos se han consolidado en el departamento de Santa Cruz, motor económico boliviano, y son actores destacados en la actividad agrícola.

Sus campos de cultivo les generan mucho dinero.

Tienen una población de entre 65 y 70 mil personas, de acuerdo a proyecciones oficiales, organizadas en 52 colonias.

De ellas, poco más de media docena se mantienen cerradas al mundo exterior y exigen el fiel cumplimiento de los «privilegios» que reconoce y garantiza el Estado boliviano.

Otras, por el contrario, han abandonado las colonias y han fundado lo que llaman «comunidades».

Éstas tienen escuelas con población estudiantil mixta, cursan seis años de primaria y seis de secundaria, interactúan con la población local, poseen gracias a la actividad agrícola vehículos modernos, multifamiliares de lujo, estudian en las universidades.

Hay, en estas comunidades abiertas al mundo, bellas modelos, aspirantes a futbolistas, como Emilie Doerksen que obtuvo una beca y juega en la liga estadounidense.

Tienen una radio –Trans Mundial– contraen matrimonio bajo las leyes bolivianas y con personas de otras razas y reciben y apoyan a las familias que abandonan o son echados de las colonias más conservadoras.

La hermosa Mylena Ewert fue reina de la Tradición de Pailón en 2019, Gierhard Rempel, más conocido como Gerardo Menonita, es modelo y arrasa en TikTok con trends de baile, mostrando su cultura, su vida diaria, su carisma e intentando desmitificar la idea errónea que asocia a todos los menonitas con la comercialización de queso.

Sarah Peters es otra famosa modelo, trilingüe, con estudios académicos, profesional y ahora una feliz mamá que mostró su embarazo y luego a su bebé en televisión nacional.

Los ocho hombres, confesaron después ante la justicia, anhelaban esa vida de libertad.

En el grupo había solteros, casados con hijos, y abuelos y se arriesgaban, si eran descubiertos, al castigo del destierro y la expulsión de la iglesia.

Alguna vez habían hablado de esa posibilidad. Pero esta noche —21 de marzo de 2022, cambio de estación que se lleva el lluvioso verano y trae el cálido y seco otoño— no lo habían comentado y la urgencia podía más.

Apenas transcurridos diez minutos, el más joven sin mediar palabra decidió no aguardar el tiempo que dicta la experiencia, se puso de pie e ingresó por la puerta, que no tenía seguro por dentro, como a su propia casa.

Dos le siguieron, uno de 19 años y otro de 25.

Los otros movieron la cabeza en señal de desaprobación y se alejaron de prisa del lugar.

Fue la segunda vez que tomaban la vivienda en los últimos seis meses.

Alguien dentro escuchó un ruido, vio unas sombras al pie de su cama y gritó desesperado.

A ella se sumaron inmediatamente muchas voces. Los intrusos huyeron como pudieron, el de 17 años tropezó, perdió el equilibrio y cayó. Se puso de pie al instante y la luz de la luna iluminó su rostro perfecto y dejó ver sus cabellos rubios.

Una joven lo reconoció y gritó su nombre. Lo había visto los domingos en la iglesia y fue su compañero en la escuela.

Había miedo en la familia, algunos lloraron, buscaron consuelo, los ojos de apoyo de alguien, pero están expresamente prohibidos los besos y abrazos.

El rostro severo del padre inclinó el ánimo de todos a compadecerse en silencio de los sufrimientos ajenos.

No había palabras de consuelo o de ánimo entre unos y otros en este hogar que siguió la observancia, con absoluto rigor, de las enseñanzas del padre fundador de su religión.

La impaciencia de un joven impetuoso frustró una nueva agresión sexual colectiva en este pedazo de territorio ultra religioso que explicaba los constantes sucesos a la obra del mal, encarnadas en fantasmas o satanás, a una historia inventada para encubrir un amorío, infidelidad, o a la «imaginación femenina salvaje».

En una vida marcada por la austeridad y la disciplina, sin espacio para la mentira o la imaginación, las explicaciones más razonables, como antaño, eran esas.



La madre de Jhohan U.J., que lee la biblia, y dos custodios

que aguardan la valoración psicológica del menor de edad. Foto Fiscalía

Ellas no hablan

Los líderes religiosos conocieron en secreto durante largo tiempo la denuncia de cada jefe de familia que relataba casi la misma historia en Belice y Piedras II: Un día cualquiera despertando adormecidos y con dolor de cabeza. Esposas e hijas desnudas, sangre y semen entre la entrepierna, sin recuerdos claros de lo ocurrido.

Otras, al alba, despertaron tiradas a campo abierto y muy golpeadas.

El nivel de violencia estaba en un marcado ascenso. Tres mujeres tenían marcas de asfixia mecánica en el cuello. Sus atacantes les perdonaron la vida.

Johann Hoeppner participó en las reuniones de los líderes religiosos. Dijo con cierta ironía que el «grupo de sabios» decidió que los relatos no coincidían con lo que sucedió en Manitoba y que ahondar en ello minaba aún más el mito de la tierra sin mal.

Debido a «profundos desacuerdos» con ellos, decidió romper con la colonia más no con su religión.

Todo está establecido en la Biblia, dijeron los ancianos, el color de la ropa, el aislamiento, el celibato, la obra del diablo, las pruebas de fe, la capacidad de perdón.

«Perdona a tu mujer y tu descendencia por sus muchos pecados que abrieron las puertas de tu casa al diablo».

Johann Hoeppner asegura que ese fue el «consuelo de los ancianos para los preocupados maridos» y el punto de inflexión para abandonar definitivamente ese mundo.

Las mujeres violadas recibieron un trato desigual en su misma colonia.

Nunca las llamaron para conocer su historia personal, pero el rumor corrió de boca en boca y las hizo sentir incómodas en actividades comunitarias, sencillas e importantes, como en la escuela, la reunión dominical y en cualquier tipo de relación comercial.

Ellas fueron expresamente prohibidas de hablar, no tenían ese derecho, su palabra no contaba, no importaba, no valía nada, así lo establece la interpretación de la biblia menonita.

En una de las sociedades más cerradas y extremas del mundo, las mujeres no tienen las llaves del cielo, transcurren sus vidas marcadas por la austeridad, la disciplina, el silencio y la soledad.

Pero, con el tiempo, los rumores de las historias de agresiones sexuales se multiplicaron en el municipio de Pailón.

«Todos los días hablamos de eso, pero estábamos preocupados de informar a las autoridades.¿Cómo explicar que era obra del diablo? Simplemente no sabíamos», dijo Abraham Bartsch.

Al ardiente sol del mediodía del martes 22 de marzo de 2002 las colonias Belice y Piedras II fueron intervenidas. Caravanas de vehículos de la fuerza pública y la Fiscalía Departamental recorrieron sus polvorientos caminos y llegaron hasta la iglesia.

En su entrada encontraron a decenas de carreteras y a hombres de la colonia.

Sus líderes habían arrancado en la madrugada de sus hogares a tres personas a quienes identificaron como los responsables de irrumpir en las viviendas menonitas.

El padre de uno de ellos, temiendo un linchamiento, llegó a la Policía de Pailón y denunció lo que consideró un ultraje de obra y de palabra contra su familia.

El Ministerio Público y las fuerzas del orden ya investigaban desde febrero de ese año una pesadilla recurrente en esta sociedad protestante: la agresión sexual a decenas de mujeres.

Lo que sucedía en Belice y Piedras II, recordó inmediatamente al joven fiscal de Pailón, Camilo Velásquez, a la vecina colonia de Manitoba en 2009.

En el caso de las dos colonias, 13 víctimas presentaron de forma oficial la denuncia y una veintena desistió.

Cinco de ellas reconocieron a Jhohan U.J., un adolescente de 17 años, de intensos ojos azules y metro ochenta, como su agresor.

Jhohan, en un juicio abreviado, fue sentenciado por la justicia boliviana a cuatro años de privación de libertad.

Como menor de edad fue enviado al Centro Educativo Nueva Vida Santa Cruz (Cenvicruz).

Cenvicruz es un centro de justicia penal juvenil, administrado por la Gobernación cruceña, que busca con terapia y educación reinsertar a los jóvenes nuevamente a la sociedad.

«Todos, sin excepción, confesaron con lujo de detalles cada violación masiva», dijo el exfiscal de Pailón, hoy de Samaipata, Camilo Velásquez.

«El menor de edad pidió perdón y admitió que le gustaba la música y el alcohol», recordó Velásquez.

A diferencia de Manitoba, las comunidades no les obligaron a escribir sus confesiones.

Con la excusa de apoyo a Jhohan, amigos e inusualmente mujeres de todas las edades de ambas colonias, protestaron en dos ocasiones en puertas del Ministerio Público del municipio rural con pancartas en mano que expresaban un cierto hartazgo con su situación, algún grado de desesperación y un marcado cambio en casi 500 años.

«Pedimos a la justicia intervenir las colonias», «queremos derechos humanos presente», «queremos estudiar y hablar castellano», «los menonitas también somos bolivianos», «los menonitas también queremos justicia», «basta de abusos inhumanos», «la justicia no se vende», decían las leyendas escritas en perfecto castellano y fina letra.

Y para el joven agresor, un tibio apoyo: «Jhohan no estás solo».

Jacob Fprizen, un hombre de más de 50 años, aseguró que había llegado el momento de cambiar la vida en las colonias.

En cuanto al joven, su vecino, dijo que éste les aseguró que era «virgen».

«Estamos preocupados porque aquí, en Pailón, no llevan la ley boliviana de forma correcta y dejan sin castigo los constantes abusos en la colonia».



Inédita protesta menonita frente a la Casa de Justicia de Pailón.

Un grupo más fuerte

Cuando Abraham Peters Dick retornó a la colonia de Manitoba, se integró nuevamente a ella.

Asistió cada domingo a la reunión de prédica y oración de tres horas en la iglesia y dedicó parte de su tiempo a las labores del campo.

Muy pocos lo reconocieron. Era ya un hombre de metro noventa, cuerpo atlético y curtido en la dura vida de un penal muy violento. En 2013, durante su encierro, una pelea de reos dejó 35 fallecidos y un centenar de heridos. En 2018, más de 2.300 policías ingresaron a la cárcel de Palmasola para retomar su control y la intervención dejó siete reclusos muertos y una veintena de heridos.

Con él en la colonia, retornaron con más fuerza los casos de violaciones masivas y exactamente en la misma forma que en 2009. Incluido el somnífero.

Las agresiones se reportaron en viviendas de las colonias vecinas de Piedras II y Belice, también de Pailón, que no habían tomado previsiones como en Manitoba.

«Es un grupo más fuerte que el anterior», señalan las primeras denuncias presentadas en plena pandemia pero que no tuvieron el respaldo de las víctimas.

El 2 de marzo de 2022 la fuerza pública capturaba en el municipio de San Julián, vecino de Pailón, a Abraham Peters Dick para devolverlo al penal de Palmasola.

Veinte días después, la noticias de nuevas violaciones en Belice y Piedras II llegaban a los medios de comunicación. A los tres detenidos por las colonias, la Fuerza Especial de Lucha Contra la Violencia de Santa Cruz aprehendió a otros cinco, presuntamente implicados en un caso con trece víctimas confirmadas.

Todos confesaron, todos pidieron perdón.

El fiscal Camilo Velásquez no tiene ninguna duda que Abraham Peters Dick fue una suerte de mentor para este nuevo grupo que, a diferencia del anterior, tenía un comportamiento excesivamente agresivo con sus víctimas.

Si continuaban libres, la muerte de alguna mujer era segura, advirtió Velásquez.

Dos menonitas lo nombraron puntualmente en sus declaraciones.

De momento, hay 16 confesos violadores, unos sentenciados y otros con detención preventiva, en los penales de Santa Cruz.

En otras dos colonias, dice el fiscal Camilo Velásquez, corre el rumor de nuevas violaciones masivas, pero sin denuncia formal.

Avi y Evi terminaron el bachillerato en el colegio Menno Simons y luego se matricularon en la Universidad Menonita Canadiense.

Avi se tituló en la carrera de Estudios de Consejería donde desarrolló habilidades que fomentan la salud personal, la empatía y la comunicación. Es experta en psicoterapia.

Evi se graduó en psicología. Buscó la forma de una comprensión más profunda de sí misma y de los demás y llevó sus creencias y su visión del mundo al salón de clases.

Ellas, que ven en sus profesiones como puntos de contacto con la fe, retornaron a Santa Cruz tras la pandemia del coronavirus con sus títulos académicos canadienses y viven hoy junto a sus hijas, una cada una de casi la misma edad, pero distantes de su colonia.

Se reúnen con sus padres y hermanos, que mantienen la religión y las viejas costumbres, con discreción.

Ayudan a las mujeres que salen de las viejas estructuras religiosas para integrarse a comunidades abiertas, a las maltratadas dentro de los hogares de lo que casi nada se menciona pero que es muy frecuente y a jóvenes agredidas sexualmente de casi todas las colonias.

Avi y Evi aman a Dios y creen profundamente que sus nuevos dones son para ejercerlos en servicio de Él, para edificar la Iglesia y ministrar en el mundo.

El perdón y la reconciliación, para ellas, lo pueden todo.



Niños menonitas de comunidades abiertas a la modernidad con sus

profesoras en el aula de la unidad educativa Esperanza Viva.



Reportaje de Mauricio Carrasco - ABI